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8
Lo que nunca fue
Publicat el: 11 de setembre de 2016
CRÍTiCA: A mí no me escribió Tennesse Williams
“Aquí, despeinada, bajo este puente…” Así se presenta esta diva venida a menos, despojada de techo pero llena de dignidad. Un grupo de espectadores llega hasta su actual casa, a las afueras de Fira Tàrrega, con la oscura intención de fisgonear en una vida de recuerdos. Aunque quizás no se trate tanto de lo que fue como de todo aquello que nunca sucedió. A mi no me escribió Tennessee Williams. Lo que es indiscutiblemente una pena porque no pudo descubrir un Roberto G. Alonso en estado de gracia, transformado para la ocasión en una gran señora de la elegancia, con sus mil vestidos que desea enseñar y que se pone y quita cada poco. Y su elegancia, que no es impostura, sino fortaleza, lucha y futuro.
Suena la banda sonora de Memorias de Africa, mientras nos recuerda que “la ilusión siempre acaba desvaneciéndose”. Aunque frente a ese imponderable nos quede siempre la música, el teatro político y personajes como esta mujer: alejada de la desesperación, pero dispuesta a pasar cuentas. La vida como argumento, con sus restas y sus sumas. Sus logros y fracasos. En el puente o en la comodidad del sofá. En el calor del hogar o en la hoguera de las vanidades. Impagable ese momento en el que explica cómo fue quemando todos los libros, uno a uno, para protegerse en invierno.
Roberto G. Alonso le ha encontrado el tono. Quizás porque aún tratando cosas desde las cuales seguir reivindicando tanto la diversidad de género, como la dignidad de la profesión teatral, se aleja de experiencias personales para dibujar un personaje, junto al dramaturgo Marc Rosich, de exquisita sensibilidad. El acento es determinado, las circunstancias clasificadoras, los elementos dramáticos permiten una rápida empatía, pero sin caer en los excesos. Fuera de alguna frase de texto poco original, el conjunto es notable.
Pero como “nada arde mejor que la fantasía y la ficción” como muy bien explican, y la decepción sea el argumento definitivo de la pieza, con algunos momentos -pocos- de movimiento bailado, y pese a que la obra llega a tener hasta cuatro finales alternativos, se abre toda una puerta de posibilidad al significado cuando suena la versión de Lara Fabián Je Suis Malade, que el actor va traduciendo mientras suena. Un contrapunto fabuloso para dejar al espectador pensando sobre la cuestión que más interesa al artista: nuestra concepción sobre la normalidad.
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