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9
Fantástico Peeping Tom en su retrato de la vejez
Publicat el: 17 de juliol de 2014
CRÍTiCA: Vader (Pare)
Fantástico Peeping Tom en su humorístico, tierno e irónico retrato de la vejez. En Vader (Pare), que inicia una trilogía sobre la familia, la aplaudida compañía belga lleva su danza y talento a una residencia de ancianos, adonde Leo, el septuagenario padre del título, llega arrastrado por el hijo. Se confunden presente y pasado; la realidad y los pensamientos de un Leo que intentará agarrarse a la vida –al piano con el que recobra la ilusión (interpretando Feelings) o seduciendo a un grupo de mujeres aduladoras– y acabará limpiando a escobazos (en boca del hijo) los trapos sucios de su memoria. La doble vida que llevó, con el abandono de la familia y una ristra de amantes.
A los conflictos paterno-filiales, el director Franck Chartier quiso agregar la denuncia social, tras conocer en Bruselas un asilo donde a los ancianos les enterraban en vivo en un sótano. De ahí una escenografía de altísimos muros y con unos pequeños ventanales que en uno de los gags limpia una escoba extralarga. La fantasiosa puesta en escena convierte la residencia en una sala de fiestas, con músicos de pega e ingeniosos números de humor absurdo que dibujan la cruel realidad del deterioro físico y mental; la fragilidad, la demencia y la soledad de la tercera edad. Así, vemos cómo una joven y bella cantante va envejeciendo durante su canción hasta acabar compitiendo con Leo en una carrera en silla de ruedas, y, en otro solo, una bailarina se retuerce compulsivamente sobre su cuerpo para intentar calzarse y descalzarse.
El mensaje nos llega y conmueve envuelto en mágica poesía, en un festival para los sentidos a cargo de los excelentes y multidisciplinares intérpretes. Bolsos iluminados que flotan, discursos en idiomas ininteligibles, bailes de yos y unos soberbios bailarines que arrastran por el suelo su danza acrobática, desmelenada y contorsionista. El escaso texto alimenta la culpa y la crítica (como cuando aparece un atolondrado hijo que solo tiene media hora para visitar al padre o se anuncian por el interfono las estrictas normas de la residencia). Al final, Leo, pasadas las cuentas con el hijo y con sus recuerdos, volverá al piano para desaparecer en él. Poético adiós de un maravilloso montaje que tendrá su continuación en Moeder (Mare) y Kinderen (Nens).
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