Era uno de los momentos teatrales del Grec 2014 y, por supuesto, no falló a esa expectativa. Y eso que Ivan van Hove y la Toneel Groep de Amsterdam habían dejado el listón muy alto con Tragedias romanas. Más que alto, insuperable. Por la propia concepción del espectáculo, con esa interactuación e inmersión del público en el propio montaje, y por el material con que trabajó el director holandés: un tres en uno de Shakespeare con Coriolano, Julio César y Antonio y Cleopatra, convertido en una temporada entera de Homeland con sus seis horas de duración.

Esta vez, Van Hove acaba de estrenar su versión de un best-seller de los años 40, The fountainhead, de Ayn Rand, que tuvo una recordada versión cinematográfica de King Vidor con Gary Cooper. En el caudaloso y maniqueo debate de ideas entre egocentrismo y colectivismo, con un evidente posicionamiento de su autora, vio el director material, de menor altura que con Shakespeare, para una puesta en escena marca de la casa. Es decir, siempre espectacular a partir del uso de fascinantes recursos audiovisuales, fluida como un torrente en su narración, apabullante y no solo por la duración (cuatro horas), y con un equipo interpretativo que deja huella.

Soy de lo que piensan, quizá el único, que la fidelidad de Van Hove al original, sobre todo en el polémico discurso panfletario del héroe de Rand que cierra la obra, encierra una maniobra del director. Resulta tan evidente que, creo, solo cabe elucubrar que Van Hove nos quiere poner en alerta de que lo que se escribió en 1943 tiene vigencia (peligrosa) en el 2014. Me da la impresión de que exige una lectura más sutil, y no la más directa, sobre la manipulación a la que vivimos sometidos. En ese canto al individuo y crítica al colectivo del protagonista, defiende la independencia del artista, cómo no, pero le sirve a la vez para encender una luz roja de nuestro tiempo. El ideario del liberalismo vuelve a campar a sus anchas tras la caída del muro de Berlín y la posterior crisis de la socialdemocracia europea.

Por lo demás, esta vez podría haber aplicado la tijera, sobre todo en esa segunda parte en la que todo está dicho y redicho. Pero, ojo, es entonces cuando irrumpe en el escenario un actor como Hans Kesting, el alter ego del magnate periodístico William Randolph Hearst en la novela. No todos los días se ve evolucionar a un intérprete, líder de un elenco superlativo, con un magnetismo tan descomunal como ya descubrimos en las Tragedias romanas. El señor Van Hove y su Toneel Groep serán bienvenidos el próximo año.