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CRÍTIQUES
Amor En Taxi
Imma Fernández
PER: Imma Fernández
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ANAR A FiTXA DE L’OBRA

La alegría que vuelve

Publicat el: 9 d'octubre de 2025

CRÍTiCA: L’amor venia amb taxi – La Cubana

Ha vuelto La Cubana, con toda su alegría y parafernalia, para homenajear el teatro de aficionados y, a la vez, reivindicar y rescatar un pedazo de la historia de la cultura catalana. Con su humor y estilo característico, presentan un magnífico musical que es mucho más que un tributo al tejido asociativo del que surgió también la troupe de Jordi Milán hace ya 45 años. Estamos en 1959 y un elenco de entusiastas aficionados ensaya en un centro parroquial L’amor venia amb taxi, de Rafael Anglada, uno de los títulos más socorridos por la escena no profesional, estrenado ese año. La fecha coincide, además, con la polémica que, desde el altar de la revista Destino, referente cultural de la época, encendió un joven Néstor Luján criticando la decadencia del teatro catalán y en catalán. Aquello fue una auténtica bomba y se unieron a la detonación otros intelectuales.

La alegría que pasa se titulaba la sección teatral de aquel semanario en alusión a la obra de Santiago Rusiñol y a la añoranza por otros tiempos mejores entre bastidores. En el lado positivo, el título, transformado en La alegría que vuelve –la expresión que mejor define a La Cubana- daría pie a unas representaciones teatrales que costearían la Agrupació Dramàtica de Barcelona, germen de la Escola d’Art Dramàtic Adrià Gual, que luego derivó en el Institut del Teatre.

El caso es que Luján lanzó el órdago, censuró incluso a Josep Maria de Sagarra por ser demasiado popular y con su invectiva agitó a la opinión pública. Lamentaba, entre otras lindezas, “la presencia de un cómico de escasísimos matices que había convertido el Teatre Romea en un tristísimo espectáculo”. Se refería a Joan Capri. “El Romea, símbolo del teatro catalán, no debe estar en manos de cómicos chocarreros y de autores adocenados…”, vilipendiaba el periodista, escritor y director de Destino. Obras “zafias, banales, de comicidad ramplona y fácil” habían profanado el templo. Ahora, 66 años después, La Cubana responde a lo grande en el mismo templo, reivindicando de manera brillante el teatro popular y rescatando las figuras de aquel denostado mundo del espectáculo de los años 60 y 70 que coloreaba la grisura del franquismo. Recuerdan a Los Vianeses de Artur Kaps, a Alady, la Bella Dorita, los Santpere… A aquel Paral.lel festivo de las plumas y las piernas y a las comedias de tresillo que animaban la dictadura. Y como este es también un homenaje al espíritu artesanal, extienden el reconocimiento a todos los oficios, desde los telones pintados de los Germans Salvador que recuperan para la obra o el vestuario de los hermanos Peris, hasta la figura del apuntador.

Viaje entrañable

El taxi de Anglada, por supuesto también denostado por Luján y los suyos como buena comedia de enredos que es, transita poco y es, sobre todo, el punto de partida para un viaje nostálgico y entrañable a aquella época. Bajo la experta batuta del maestro Xavier Mestres, se engarzan a un ritmo trepidante el infierno de Els pastorets, la zarzuela Cançó d’ amor i de guerra, temas de vodeviles y revistas, además de algún número nuevo como esa Cançó del tresillo con la que los aficionados de la ficción coronan el espectáculo tras haber rescatado el mueble de la calle. Y entre canciones y coreografías, los personajes cubaneros –qué entrañable el tramoyista que insiste en tener un papel- recrean a su manera exagerada y desternillante la rutina de los ensayos.

Una quincena de intérpretes (más seis músicos) ocupan todo el Romea entrando y saliendo por cualquier espacio, como es habitual en la compañía, que se permite espolvorear la pieza con guiños a su trayectoria. El elenco nos trae muy buenas noticias con la exitosa incorporación de nuevos jóvenes que se suman a los veteranos y a alguna repesca como la de Anna Barrachina (la mítica Estrellita de Cegada de amor), que vuelve al colectivo tres lustros después. Larga vida a La Cubana, capitaneada por un Jordi Milán distinguido con la Medalla de Honor 2025 de la SGAE y por la que han pasado más de 170 actores y actrices a lo largo de cuatro largas décadas. Una Masia del teatro.

Si algún reproche se le puede hacer a la función, este sería alimenticio. Muchos se quedaron salivando mientras veían pasar cerca de sus narices las monas de Pascua que repartían por la platea. No había para todos. Obvio, el horno del teatro de aficionados no está para bollos. Todo encaja y fluye ágil durante los 145 minutos de este fabuloso “musical made in Cubana y hecho a la catalana”, como se publicita. Un enorme festival de amor al teatro que Luján, hace seis décadas, hubiera mandado al infierno.

 

 

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