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Como nos dé la puta gana
Publicat el: 31 d'octubre de 2019
CRÍTiCA: Así bailan las putas
Así bailan las putas es una conferencia escenificada sobre feminismo, historia, autodefensa y baile. Un clamo por la libertad de ser como queramos. Pero también es una confesión muy íntima y valiente. Un desnudo metafórico en el que las polifacéticas Júlia Beltran y Ana Chinchilla –esta última profesora de twerk- hablan de sus experiencias e inquietudes, en las que todas nos podemos sentir identificadas.
El espectáculo tiene dos grandes valores. El primero, la honestidad y la valentía con la que las conductoras hablan de sus experiencias. Bertran desgrana las inseguridades e incoherencias durante la escritura de su libro M’estimes i em times (Amar y timar, en la versión castellana), mientras que Chinchilla explica diversos episodios de su adolescencia en Colombia, pasando por recuerdos entrañables, pero también por experiencias traumáticas. La dirección de Pau Roca hace que, la mayoría de las veces, las performers se limiten a contar lo sucedido sin más artefacto que la fuerza de sus miradas. En otras ocasiones, integran también algunos movimientos poéticos. Resulta especialmente potente el momento en que, con un control impecable del ritmo, recitan a dos voces experiencias muy comunes que tatúan literalmente los brazos de las mujeres.
El segundo gran elemento es la cercanía. Sin perder ni por un momento la conexión con el público, sus miradas y sus sonrisas convierten el espacio en una reunión de compañeras, generalmente mujeres jóvenes, que reflexionan en conjunto sobre algunos aspectos de lo que implica ser mujer en una sociedad que desde tiempos inmemoriales ha estado controlada por hombres. De entrada, nos sentamos en el suelo, en las pequeñas tarimas que rodean el espacio rectangular. Pero eso durará poco. A lo largo de la función nos iremos moviendo y haciendo el espacio más libre, más nuestro. Ellas irán alternándose la palabra apoyadas por proyecciones, música y videos, en un formato que recuerda a espectáculos recientes como Livalone de Francesc Cuéllar y Alejandro Curiel o This is Real Love del colectivo VVAA. La sensación de comunidad y de experiencia compartida se hace muy patente.
A lo largo de la hora y cuarto de función se habla de muchísimos temas. Se nota que lo que queda en la obra es el reducto de un gran trabajo de investigación del que se ha tenido que reducir información. Eso hace que algunos de los temas, como la autodefensa de las mujeres o la historia de Joana Call La Sucarraña, condenada y torturada por brujería en el siglo XV, por citar algunos, se traten con pequeñas pinceladas. Las acciones son condensadas y a veces se echa en falta un poco más de respiración o por lo menos una transición más suave. De hecho, ese paso abrupto de un tema al siguiente hace también que las experiencias narradas queden a veces separadas de los datos de investigación, como bloques compactos e independientes.
Con todo, el espectáculo tiene una fuerza admirable. Y el baile, aunque solo es una excusa y podría usarse mucho más, acaba creando un clima de diversión y optimismo. Al final, moviéndonos con el estilo o la torpeza de cada una –y con el poco espacio, pues es mucha la ocupación-, acabamos sintiéndonos un poco más valientes. Aunque solo sea por eso ya vale la pena. Así que por muchos más bailes, como nos dé la puta gana.
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