Había expectación por la lectura contemporánea del clásico antibelicista de Bertolt Brecht que proponía la joven directora belga Lisaboa Houbrechts, que ha hecho de la hibridación de géneros –artes visuales, ópera, texto, música, coreografías….- su sello particular. Lejos de dejar huella en el Grec, su desangelada propuesta, carente de emoción, no conectó con el público del Lliure. Y eso que el drama, con la Madre Coraje, una astuta vendedora ambulante, como símbolo de la alianza entre la guerra y el codicioso comercio, da para encoger el corazón en estos tiempos bélicos que vivimos.

Houbrechts se enfoca en el aspecto visual y multidisciplinar creando una pieza muy plástica, pero descuidando la narrativa y las interpretaciones. La frialdad de la protagonista –interpretada por Laetitia Dosch- y de la narración no suscita un mínimo de empatía y el drama no se transfiere a la platea. La mujer se aprovecha de la guerra con sus negocios –es una superviviente y saca partido del dolor humano-, pero también es víctima al perder a sus tres hijos en la contienda. Apenas los alaridos en la muerte de la hija muda, en una coreográfica y potente performance, pueden llegar a conmover. El resto es un retablo oscuro sobre los tejemanejes de una astuta madre de ambigua moral en su lucha por sobrevivir al precio que sea.

Una esfera en el agua

Una gran esfera como elemento escenográfico principal sustituye al carromato que empujaba la familia de Brecht. Simboliza, según la creadora, la Tierra, el útero, la vida, la muerte, la guerra… La mueven los artistas sobre un espacio con agua, elemento que siempre da mucho juego y ofrece algunas imágenes brillantes, como cuando el ruido de la caída de unos tablones de madera simulan los disparos de la contienda.

La directora es fiel al texto original, no por voluntad propia -prefiere recortarlos y amoldarlos a su gusto-, sino porque aún no está libre de derechos y debe respetarse. Aun así se permite una licencia significativa: los hijos de la llamada Madre Coraje no son biológicos, sino muchachos rescatados de la calle. Houbrechts subraya aún más la dureza y escasa ética de esa madre al obligarles a empujar la pesada esfera, mientras ella, pragmática y oportunista, va haciendo de las suyas.

Aparte de la belleza visual de algunos momentos, destaca la música y las canciones originales de Paul Dessau del estreno de 1949 y la inclusión de un músico kurdo (Aydin Isleyen) que vivió la guerra de Siria. Buenas intenciones para una propuesta sin alma.