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CRÍTIQUES
Heisenbergkiku Pinol 1
Juan Carlos Olivares
PER: Juan Carlos Olivares

VALORACIÓ

7

ANAR A FiTXA DE L’OBRA ENLLAÇ EXTERN

Fábula de la última oportunidad

Publicat el: 11 de juliol de 2021

CRÍTiCA: Heisenberg

El físico alemán Werner Heisenberg es conocido por su “principio de incertidumbre” (la posición y la velocidad de una partícula solo pueden medirse al mismo tiempo con una precisión limitada). Como recuerda Michael Billington en su crítica de 2017 de Heisenberg, el físico y su teoría también aparece como personaje en Copenhagen de Michael Frayn. El reputado crítico ya retirado de “The Guardian” mencionaba que en esa pieza este principio parecía un vector dramático mucho más claro que en la obra de Simon Stephens. Y seguramente tiene razón. No hace falta tener esa premisa en la recámara para que el espectador disfrute de una comedia romántica que actualiza la clásica screwball comedy desde un prisma más amargo y un final más incierto. Sólo feliz en primera instancia, después incertidumbre.

Cualquier cosa puede pasar en los siguientes minutos entre una mujer en los cuarenta, intensa, resolutiva, de imaginación rampante, sin pareja, con un hijo ausente desde hace dos años; y un hombre que ha cumplido los 75, solitario, preso de sus rutinas, nostálgico de un tiempo pasado aún abierto a las oportunidades de ser querido. Stephens los empareja en una fábula afectiva que sólo el encanto antagónico de los personajes hace mínimamente creíble. El relato episódico los lleva desde una estación de tren de Londres a un hotel en New Yersey. Cápsulas para descubrir sus personalidades mientras avanza la intimidad. Un trozo de ellos mismos por escena y siempre cerrando con lo que en los guiones televisivos se conoce como cliffhanger. Un sorprendente giro culminante que cambia la tensión emocional entre los personajes y provoca que el espectador quiera saber más.

Enganchados al imposible, el público adopta a estos perfiles solitarios en su última oportunidad de continuar con sus vidas en compañía. Lo hacemos con agrado por la simpatía que irradia el autor hacia sus imperfectas criaturas y por la traza con la que Josep Maria Mestres trasmite con su dirección la humanidad de los personajes. Escenario de su itinerario emocional es un podio convexo diseñado por Paco Azorín. Y como el monumento a la reunificación alemana de Sasha Waltz y Johannnes Milla -un balancín gigante que en un futuro presidirá la entrada histórica del Humboldt-Forum de Berlín- cobra todo su sentido con la ocupación de ese espacio por personas. Banco, pantalla, mostrador, suelo, cama, ese fragmento corpóreo de la gráfica del “principio de incertidumbre” marca todas las distancias entre la pareja y dibuja el paso del tiempo.

Una idea sencilla, escultórica y versátil que es el espacio justo y necesario para que los dos intérpretes encuentren a sus personajes. Pep Cruz ha renacido como actor desde que Krystian Lupa lo dirigió en Davant la jubilació. En la obra de Stephens ofrece otro gran trabajo actoral con un hombre (Alex) capado de emociones y muchos silencios, que encuentra en una mujer (Georgie) la complicada llave para salir de su caparazón. Un personaje de los que esperan, reflexionan largamente y luego reaccionan. Cruz nos hace ver su transformación con el tono de la cautela y los pensamientos sellados. Un pilar de fundamentos imprecisos ante el vendaval humano que se le avecina. A veces sólo es una sonrisa algo más sostenida, una mirada algo más brillante y curiosa. A su lado Sílvia Bel con un carácter sin barreras emocionales. Siempre a flor de piel. Un animal herido. Como una Katherine Hepburn actualizada en La fiera de mi niña, más el toque eastender de Julie Walters en Educating Rita. Personaje que con facilidad se puede perder en el histrionismo y que Bel mantiene bajo un control natural. Mérito también de Mestres que los dirige con el cuidado que se tiene con un material frágil. Como en la técnica japonesa del kintsugi, las grietas emocionales las exhibe como si fueran vetas de oro.

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