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6
Un hombre atraviesa el escenario
Publicat el: 4 de juliol de 2021
CRÍTiCA: Tempest project
“Un hombre atraviesa caminando un espacio vacío mientras otro le observa y esto es todo lo necesario para realizar un acto teatral”. Quien dejó esta lección escrita atravesó el viernes el escenario vacío del Teatre Lliure y muchos entendieron su certera reflexión. El hombre ya no camina. Su frágil cuerpo transportado en una silla de ruedas y arropado por la compañía que más tarde representará “la obra”. Peter Brook atraviesa el escenario hasta tocar el proscenio y se ofrece al público. Gran ovación. La Fabià Puigserver en pie. Brook pide silencio con la mano para iniciar una inesperada clase magistral sobre dos conceptos: la resonancia de ciertas palabras y la conmoción que causan, sobre todo si en ellas reverbera el misterio. Ilustra la clase con frases de Shakespeare con eco de despedida. A cada nuevo ejemplo la emoción del adiós se hace más presente, hasta alterar la serenidad de la actriz (Marilú Marini) que a su lado le sirve de intérprete. Para qué especular cuando sus últimas palabras son “el resto es silencio”. Es una invitación. El público responde con más aplausos, hasta que el maestro exige con un leve gesto que se le regale lo que pide. Cuando por fin escucha el silencio, pide retirarse. Y Peter Brook se marcha por donde llegó.
Deja en la sala una reverberación emocional que se espera que se mantenga o crezca en su tercera aproximación a La tempestad de Shakespeare. En Tempest Project están todos los elementos que han caracterizado su teatro, pero con esa impresión de ensayo para privilegiados que se percibe en sus últimos estrenos, compartidos con Marie-Hélène Estienne. Puestas en escena depuradas hasta lo esencial para ajustarse a la metafísica que el director ha hallado en el drama. Pensamientos con apariencia de teatro que de alguna manera se han dejado por el camino cierto aliento vital. Como si hubiera perdido la belleza de la simplicidad ancestral que brillaba en The Suit. La serenidad es ahora abrumadora. Casi monacal, franciscana en la exploración íntima de las emociones. Aún así hay destellos de maravilla en los detalles, como en el traspaso que Próspero hace a Ariel de los símbolos de su poder. O en ciertas escenas de Ery Nzaramba (Próspero) y Sylcain Levitte (Calibán y Fernando). En las miradas de Paula Luna (Miranda). Sobre todo, en el/la Ariel de la veterana Marini, que asume el rol con alegría liberadora, volando con las faldas de su gabán como alas. Y en las palabras finales del mago, sabio y cansado, que parece rogar al público que también lo libere del hechizo de la isla-escenario. Entonces es inevitable acordarse del hombre que atravesó hace unos minutos el escenario.
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