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8
Veronal Mirror
Publicat el: 29 de juliol de 2018
CRÍTiCA: Pasionaria
Se abre el telón (¡viva los teatros que aún lo utilizan!). Un marco iluminado y estridente encuadra la escena. Una escenografía majestuosa firmada por Max Glaenzel nos muestra una escalinata y una especie de vestíbulo. Todo en penumbra, envuelto en grises y niebla. Al fondo, una ventana por la que se irán proyectando imágenes del cielo y del espacio, obras de Joan Rodon y Esterina Zarrillo. Progresivamente van llegando ellos, los miembros de la Veronal, vestidos con estética de los 50. Bailan, o más bien se mueven, como seres inexpresivos, como cuerpos sin alma. Son miembros de un planeta lejano, parecido al humano, pero en el que sus habitantes son incapaces de sentir emociones.
Como si de un capítulo de Black Mirror se tratara, Pasionaria nos plantea una realidad extraña e inquietante. Un mundo en el que personajes anónimos actúan de un modo frío, mecánico y centrado en el individualismo, sin empatía ni ilusión por nada. Ni siquiera los inmensos pasajes musicales crean algún efecto en las miradas ausentes de los bailarines. Música clásica, pero también momentos más contemporáneos, épicos e intrigantes. Juan Cristóbal Saavedra firma un sonido envolvente, perturbador y a alto volumen.
Marcos Morau traslada la idea distópica la danza a través de movimientos convulsos e indecisos. Los intérpretes son aquí muñecos robóticos, marionetas manipuladas y sin voluntad. Vemos solos, dúos y coreografías grupales precisas, pero todo desde la aparente falta de conexión entre los intérpretes, que ni se miran, ni se sienten, ni se inmutan por ninguno de los estímulos que se suceden. Quizás podemos distinguir una protagonista, interpretada por Sau Ching Wong, que en algunos momentos recupera la dimensión humana. Baila, pero de una forma más orgánica y abierta, reaccionando a lo que ocurre a su alrededor. Ella se moviliza, clama por la salvación e intenta contactar sin éxito con sus coetáneos hasta ser devorada por su impertérrita expresión.
Hay algo hipnótico en los estímulos extraños que nos plantea. No entendemos lo que ocurre, pero nos mantenemos fascinados por las imágenes, por el sonido, por los movimientos repetitivos y la carencia emotiva. Acciones sin reacciones, en un mundo hermético y singular que amenaza con atraparnos durante la función, pero también fuera de ella.
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