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CRÍTIQUES
Portada 0 El Gegant Del Pi Villarroel
Gs
PER: Gabriel Sevilla

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7

ANAR A FiTXA DE L’OBRA ENLLAÇ EXTERN

El fascismo interior

Publicat el: 14 de gener de 2022

CRÍTiCA: El gegant del pi – versió escènica

Pau Vinyals ha dado cuerpo a la pieza radiofónica que creó para el Lliure en mayo de 2020, en pleno confinamiento, cuando los teatros cerraban a cal y canto y ni siquiera un monólogo, con un solo actor en escena, suponía bastante distancia social para protegernos del virus. Ahora, con las salas al 70% y después de girar en formato presencial por media Cataluña, El gegant del pi vuelve a Barcelona y habla de lo que tiene que hablar, es decir, del virus. Pero no el virus que redujo la pieza a un profiláctico formato digital, a un teatro sin cuerpo, sino al fascismo que duerme en todos nosotros, incluso en quienes se dicen más furibundamente antifascistas. Y visto así, con su puesta en escena, en la Sala Baixos del Tantarantana, parece obvio que las reflexiones radiofónicas de Vinyals tenían que hacerse de carne y hueso. De sus días de radio nos queda, eso sí, un portentoso espacio sonoro que duplica la fuerza dramática de su espacio espacial.

El gegant del pi cuenta una historia de lo más común. Pau Vinyals Dalmau, autor, actor y personaje real de la pieza, acaba de comprar un piso con su mujer, Judit, en el Raval de Barcelona. Pasan la primera noche en su nueva casa, aún vacía, y Pau sueña inesperadamente con su abuelo, muerto hace 25 años. Como en las tragedias griegas, el conflicto se dispara con un sueño revelador. Como en las tragedias griegas, el conflicto rebota entre las cuatro paredes de un hogar y unos turbulentos lazos de sangre. Vinyals nos cuenta que su abuelo era franquista, un soldado del bando nacional que dejó una extemporánea estirpe de rojos para juzgarle retrospectivamente. Un joven de Ravós del Terri que se enfrentó al comité antifascista de Orriols para defender su casa y a su familia. Y desde su nueva casa en el Raval, durmiendo junto a su pareja, Vinyals se pregunta a qué estaría dispuesto él por defender lo suyo y a los suyos, en qué fascista de nuevo cuño podría llegar a convertirse. En esa sencilla y profunda reflexión radica toda la fuerza de El gegant del pi. Más allá de su encanto autoficticio, de su arrollador formato trágico, la historia de Vinyals es secretamente nacional, una como hay miles en nuestro país. La guerra civil en el álbum de fotos, la necesidad de mirar hacia uno mismo y reconocer que el fascista no siempre es el otro, que el rostro del mal también evoca afables recuerdos de infancia.

Vinyals resuelve la función con oficio, aunque a veces cae en el histrionismo y en algún abusivo golpe de efecto. El espacio sonoro de Arnau Vallvé le acompaña como un segundo personaje, crea una envolvente atmósfera que debió de aliviar la opacidad del radioteatro, pero que raya en la grandilocuencia de serie B con los violentos ruidos del bosque o con los morbosos gritos de la vecina del Raval. Vinyals convence haciendo de sí mismo la mayor parte del tiempo, pero descarrila en sus exaltados karaokes (El amor de Massiel, Soy rebelde de Jeanette), que suenan ripiosos y, para un millenial, a educación sentimental de segunda mano. El texto, más allá de alguna ocurrencia, es sólido y sincero, quizá algo evidente por momentos, aunque el pecado de la evidencia engrasa perfectamente la maquinaria de la identificación con el público ideológicamente afín, sin duda el mayor atractivo de la función. Vinyals ha escrito otra maldita historia sobre la maldita guerra civil. Una obra, por lo tanto, necesaria, que da un salto generacional al vacío, adentrando a un concienzudo millenial en el fascismo como enemigo interior, cuestionando la buena conciencia progre, recordando la imposibilidad de escapar del pasado, incluso para quienes nacieron en democracia y tienen la fortuna de tener un hogar.

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