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8
El mapa de una obra
Publicat el: 30 de juliol de 2019
CRÍTiCA: El cartógrafo
Nada que cree el ser humano es imparcial. Incluso lo más aparentemente
objetivo tiene un punto de vista. Pasa con las noticias y con las fotografías.
Y también con los mapas, ya que estos ilustran solo una perspectiva, una parte
de la historia. ¿Puede un mapa dibujar el recorrido vital de una persona? ¿Y el
de una comunidad olvidada?
Ese es el tema central de El
cartógrafo, la última obra de Juan
Mayorga que hemos podido ver en la ciudad condal. En cuanto a estructura,
la obra no es demasiado novedosa. La obsesión de una mujer por una vieja
leyenda se narra en paralelo a la propia historia que investiga. Ciertamente, las
pesquisas de Blanca –así se llama ella- y la relación que mantiene con su
marido son partes poco reseñables y a veces excesivamente alargadas. Más
interesante resulta la trama del pasado, la de una niña, nieta de un viejo
cartógrafo, que se dedica a caminar lo que su abuelo ya no puede para dibujar
el mapa del gueto de Varsovia. El objetivo: dejar constancia de la vida que
allí se destruía durante el holocausto.
Sin embargo, lo más atrayente del montaje es la propuesta minimalista
dirigida por el propio Mayorga, un ejercicio de simplicidad y metateatralidad. En
el momento de empezar, con las luces de sala aún encendidas, los actores
delimitan con cinta en el suelo el espacio semivacío de juego. El color rojo
cubre los sencillos vestuario y atrezzo creados por Alejandro Andújar: una mesa y unas sillas con los que Jose Luís García Pérez y Blanca Portillo crearan y jugaran a
interpretar. Como si se tratara de un ensayo, como un mapa que nos guía por la
obra.
El actor se defiende convincentemente, especialmente encarnando al viejo
cartógrafo desde una mezcla de fragilidad y rudeza. Pero la ovación de la noche
se la lleva Portillo por la evolución física por la que transcurre, logrando
envejecer y rejuvenecer décadas en unas pocas décimas de segundo. Su voz y su
movimiento quedan perfectamente definidos en cada momento, y si de niña
transmite una pureza simpática, de mayor se inunda de ironía melancólica.
La inclusión de la obra dentro de la propia obra es una constante en forma
y contenido. El director muestra conscientemente las estrategias teatrales y no
oculta cuál es su perspectiva: La del observador que habla de aquello que sólo
conoce desde la distancia. ¿Qué legitimidad tenemos para representar aquellas
tragedias que no hemos vivido? ¿Podemos realmente imaginar lo que sintieron
aquellas personas? Y aunque así sea, ¿Tenemos derecho a hablar en su nombre? A
mitad de la función, los actores salen de sus personajes y se aventuran con
unas pocas réplicas a sembrar el debate para que cada uno saque sus propias
conclusiones. El debate continuará fuera de las butacas.
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