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9
Belleza entre sombras
Publicat el: 4 de març de 2022
CRÍTiCA: Pelléas et Mélisande. Àlex Ollé
Apuntalada por la espléndida escenografía de Alfons Flores, Àlex Ollé firma una magnífica propuesta escénica de la ópera de Claude Debussy que acentúa su carácter fascinatorio, turbador, onírico y misterioso. La producción del Liceu –basada en la estrenada en Dresde en 2015- ha encontrado en la batuta de Josep Pons y su orquesta a un perfecto aliado, interpretando con maestría y precisión la bella partitura de Debussy, al igual que en el reparto de lujo, que ha brindado excelentes interpretaciones.
Siguiendo el drama simbolista de Maurice Maerterlinck, que solo sugiere los hechos y favorece la creación de atmósferas, Ollé propone su propio universo cargado de simbología. Su excelente traducción visual nos sumerge en el clima de tensión y dobleces –como las de las telas de la escenografía- que viven los protagonistas. Un mundo sombrío, sórdido y enigmático, recreado con una enorme caja negra –metáfora de la psique humana- que es giratoria, simula ser la torre del castillo y encierra a los personajes en habitáculos distribuidos en dos niveles. La estructura está revestida de una fina malla oscura con ondulaciones que, en un efecto brillante, asemeja ser pétrea cuando está a oscuras –cuando los artistas se asoman en lo alto aparenta un acantilado, el abismo psicológico- y se torna transparente al ser iluminada para que veamos lo que acontece en unas estancias de luces tenues y cálidas.
Un viejo televisor, un rifle y el vestuario dan cuenta de cierta contemporaneidad. Los actores lucen largas cabelleras blanquecinas, cual elfos de ‘El señor de los anillos’, acrecentando el tono fantasmagórico. Las luces y sombras juegan un papel determinante –excelente el trabajo de iluminación de Marco Filibeck- y refuerzan los dos mundos de la obra, uno visible y otro invisible.
Hay también un bosque de metal, sinuoso y laberíntico, que nos traslada al paisaje pantanoso por el que discurre el relato, con el agua de protagonista. Lástima que la fina lámina de agua que recrea el lago de aguas muertas no es visible desde la platea y solo asoma cuando los personajes lo atraviesan y chapotean.
Estupendo el reparto para una ópera que no ofrece episodios de virtuosismo vocal pero exige intensidad, carga dramática. Delicada, bella y sensible, la francesa Julie Fuchs cautiva como la misteriosa e ingenua Mélisande, atormentada heroína de un triángulo amoroso cuya historia se explica de forma circular y con flash-backs, una estructura más afín al sueño que a la realidad. Inicia la obra perdida en el bosque –que es como una telaraña en la que queda atrapada-, huyendo de algún mal y presa del terror psicológico que sufre. Allí se encuentra a Golaud, magníficamente interpretado por el prestigioso barítono británico Simon Keenlyside, que con variedad de matices ejerce de un malo maltratador y asesino pero no exento de dudas y algún resquicio de humanidad. Como su perfecto contraste, el seductor tenor francés Stanislas de Berbeyrac defiende muy bien a su rival y hermanastro Pelléas, tierno, juvenil y enamorado. También impecable está el bajo alemán Franz-Josef Selig como el tenebroso Arkel, rey de Allemonde. Completan el elenco la estupenda Sarah Connolly, como Geneviève; la soprano Ruth González, que hace muy creíble al pequeño Yniold, y el elegante Stefano Palatchi como médico.
Ollé, que imprime un gran ritmo al relato, cierra su propuesta con una escena preciosa: la moribunda Mélisande desdoblada: una, en su lecho de muerte en el castillo con su familia, y otra, su alma, que ha huido y yace en una cama que flota sobre el lago, velada por el espíritu de su amor, Pelléas, asesinado por su marido. Juntos en la muerte, aunque al final también la abandona. Un espléndido montaje que atrapa al espectador en la laberíntica trama en una noche tan bella como oscura y misteriosa.
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