CRÍTIQUES

VALORACIÓ
9
EMOCIONES A GRANEL
Publicat el: 14 de febrer de 2017
CRÍTiCA: Moeder
No posee la
poética de 32 rue Vandenbraden, ni el humor corrosivo y crueldad de Le Salon ni Vader (Padre), ni el delirante baile de Louer,
pero sí que Moeder (Madre) contiene
toda la perversidad, imaginación, belleza, deliciosos horrores y magnífico baile de las obras que se han visto hasta ahora de Peeping
Tom en Barcelona, sin embargoresulta
la más plana de todas ellas.
Gabriela Carrizo
directora junto a Franck Chartier de este grupo de danza-teatro, firma la
autoría de Moeder, una pieza que
habla de la ausencia de la madre, un tema vasto que le sirve a Carrizo para
inundar el escenario de ingeniosas y absurdas situaciones.
La madre de la coreógrafa, que murió hace siete años, pintaba y pidió a
su hija que cuando falleciera quería que en el tanatorio estuvieran sus
cuadros. Esta petición le ha servido a la autora para convertir el escenario
del Mercat e les Flors en un museo donde
hay cuadros, objetos y cosas de la familia. En este espacio también hay una
ventana de cristal donde el espectador
se asomará a un velatorio o una sala de partos. Ciclos de la
vida que se cierran y se abren en la memoria de los intérpretes pero también en
la del público.
La primera
escena de Moeder es elocuente, en el
tanatorio la madre está en el féretro, un féretro que se cierra cuando ella todavía
respira. Mientras en la sala del museo un hombre desnudo, el magnífico bailarín
y acróbata, Hun-Mok Jung, está de pie
sobre otro féretro, el guarda del museo explica que se trata de una escultura titulada “con un pie en la tumba”. Este
bailarín asiático estuvo magnífico en todas su intervenciones, ya sea trepando por las paredes o vestido de
charro. En este montaje no hay un línea narrativa, sino que la
coreógrafa reúne en escena madres que
tienen miedo de tener hijos, padres que pierden a sus hijos, hijos que pierden
a su madre, todo ello a través de una estética surrealista, que atrapa al
espectador, que no sabe dónde fijar su retina, si en lo que ocurre en el
tanatorio o en el museo, donde un cuadro de un rostro toma vida y muerde al asombrado visitante que
lo contempla. En Moeder abundan los
momentos brillantes, solo hay que ver como una madre con su hijo en brazos
realiza cinco saltos mortales, o como en el momento del parto todos se ponen a
cantar el célebre éxito, Cry baby.
O como la magnífica soprano Eurudike De Beul canta desnuda frente a un
piano, antes de que la cubran con un plástico. El momento en que todos los intérpretes bailan
mecidos por la música de Vivaldi, aquí distorsionada, mientras se acuchillan es otros de los momentos sublimes de este disparate. Mención
especial merece Simon Versnel en la figura de padre, distante en lo familiar,
galán con las mujeres. El resto de los bailarines: Maria Carolina Vieira, Marie
Gyselbrecht, Brandon Lagaert, Yi-Chun Liu y Charlotte Clemens estuvieron
soberbios, retorcieron sus cuerpos y se lanzaron al espacio con avidez para recrear un alud de intensos sentimientos
En Moeder se presta gran atención a los
sonidos, así en directo participa un foyer
(montador de sonidos para cine), que a través del ruido del agua hace sentir al
espectador la presencia intensa de este elemento tan importante en la vida.
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