M.U.R.S. no funciona porque la tecnología sea imperfecta y casi nunca
obedezca al 100×100 al mandato del arte. Tampoco no funciona porque el
espectáculo fragmente al público en una dramaturgia fragmentada en cuatro
espacios estancos (o casi). M.U.R.S. no funciona porque su identidad dramática
es muy delgada, como lamentable heredera de un anterior fracaso de La Fura:
Imperium, con la que comparte muchas intenciones y la misma incapacidad de
transformar ideas en teatro. No funciona porque el espectáculo no crea en
ningún momento una mínima tensión y la mayoría del público –mientras se entretiene
con el móvil– se toma el montaje como una atracción de feria. Incluso las
autocitas –como la destrucción del coche– se recuperan en una versión muy light. Buscaban el caos y este, como el
colesterol, sólo es del malo, del que no forma parte de la denuncia sino sólo
de la propia inconsistencia de la propuesta. No hay nada nuevo ni rompedor en
este circuito, hasta Roger Bernat ha ido mucho más lejos en la interacción con
las nuevas tecnologías y en la participación y rol del público. La
Fura, en realidad, se han convertido en unos clásicos, en un eco debilitado y asimilado de
su lenguaje original.