De un festival cabe esperar, siempre, que ofrezca propuestas como ‘Les tres germanes, versió androide’. Aunque el resultado sea controvertido y la mayoría del público, el día del estreno, lo recibiera con un aplauso tibio, protocolario. El ritmo monocorde, una interpretación del mismo perfil (y en japonés) y la obligación de leer los sobretítulos fueron una losa igual de grande que el vacío existencial de los personajes del drama de Chéjov. Pero, ojo, no estamos ante una de las versiones flamígeras de Daniel Veronese y su equipo de una obra del genio ruso. En la de Oriza Hirata está por igual ese rumor subterráneo del original, pero tamizado, como acertadamente ha valorado Manel Pérez en esta misma página, por un registro ‘Lost in traslation’. Japón es otro mundo y también en la escena, con sus particulares códigos interpretativos. Cierto que pueden llegar a ser exasperantes, pero quien busque vigor y frenesí que no se acerque ni hoy ni mañana al Mercat.

Ahora bien, sí que debe hacerlo el espectador de espíritu curioso hasta el punto de querer empaparse de un Chéjov futurista a la japonesa, con un experimento tecnológico igual de curioso. Ahí es nada ver actuar a un androide en el papel de Irina (aquí Irumi) y a un robot, un heredero del mítico R2D2 de ‘La guerra de las galaxias’, como el sirviente de la familia. Lo de la androide funciona de tal manera que los espectadores más alejados del escenario puede tardar en darse cuenta de que no hay una actriz de carne y hueso en la silla de ruedas. Tras la sorpresa se integra como un personaje más, el que inspira mayor ternura por su aire melancólico.

La mirada de Hirata es respetuosa con el original, por ejemplo, porque si las tres hermanas viven con añoranza el recuerdo de su vida en Moscú, aquí lo es de Tokio y de sus desaparecidas grandes superficies comerciales. Si se habla sobre la decadencia de la aristocracia rusa en un fin de época, aquí lo es sobre la desesperanza de una sociedad avanzada en crisis, con esos jóvenes (hikikomori) capaces de encerrarse en su habitación y aislarse del mundo. Porque como dice la Irumi real los robots no evolucionaran si cada día se parecen más a los humanos. Y los androides, que sufren porque “no se van a morir”, son tan ingenuos que siempre dicen la verdad.