CRÍTIQUES

VALORACIÓ
8
En la jungla laboral
Publicat el: 11 de maig de 2016
CRÍTiCA: La peixera
Lo mejor (y lo peor) de
La peixera,
de Toni Cabré, es lo mucho que la platea puede identificarse con la trama y los personajes. La ha estrenado el Versus Teatre (estará en cartel
hasta el 29 de mayo) tras años arrinconada en las estanterías. El autor escribió y publicó el
texto, bajo el título L’efecte 2000 (premio Ciutat d’Alcoi), hace ya más de tres
lustros, cuando España iba bien y pocos advertían del tsunami que se avecinaba.
Cabré sí lo vio venir y, en su ficción, envió a cuatro informáticos a la lucha más descarnada por la supervivencia laboral. Apenas ha tenido que actualizar algún
término técnico y cambiar el título para rescatarla hoy, más vigente que nunca.
La batalla se
libra en el asfixiante sótano de una empresa, donde el equipo de informáticos
trabaja. Su jefe directo –Òscar Molina, que también dirige el montaje– les
anuncia los planes de «los de arriba» de
prescindir de sus servicios. Y ellos, que se creían los amos del cotarro, los
cerebros irremplazables para el funcionamiento
del negocio, se lanzan a despellejarse vivos
tras constatar que el jefe de la manada no los
defenderá.
La desconfianza y supuestas
traiciones disparan la espiral de violencia
que el elenco (Joan Bentallé, Miquel Sitjar, Jaume Casals y Pep Papell)
afronta con mayúscula intensidad en algunos de los pasajes. A lo
largo de una jornada, dividida en cuatro
actos, Molina consigue trazar con buen pulso el crescendo del clima de tensión
que desemboca en la tragedia, servida con
extrema fisicidad en un gran trabajo del reparto.
El más veterano
(Bentallé), rabioso por la patada tras dejarse
la piel en la empresa, desahoga su desespero en una tremenda
tunda de golpes al supuesto traidor (Papell), que se ha vendido al poder. La escena es de impacto, como también lo es cuando
arrasa con todos los objetos a su alcance, incluido algún equipo informático.
Y mientras los de abajo se despedazan, Molina asume con templanza el papel del superior sin escrúpulos también
en lucha para salvar el pellejo. Es el más inepto (incapaz de decidir qué
ordenador comprar a su hijo), pero ahí está, manejando el destino de cuatro
desgraciados. Bestias heridas a las que Cabré
culpabiliza de sus acciones. De su falta de estrategia, incapaces de unirse ante
el enemigo. Un demoledor retrato del sálvese quien pueda que domina en el
mercado, más bien jungla, laboral.
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