Valiente, ambiciosa, rabiosamente contemporánea, honesta, crítica, cruda, punk, irregular, desnuda, atropellada… Todos los adjetivos valen para ‘Jo mai’, la esperada obra de la compañía Prisamata tras la deslumbrante revelación de ‘Sé de un lugar’. Tuvo un breve estreno en el pasado Grec, en el CCCB, y ahora ha vuelto a un escenario barcelonés tan significado como el Lliure de Gràcia.

El cambio le ha venido bien, aunque la pieza es lógicamente la misma en sus virtudes y defectos. El saldo se inclina, sin duda, por la cuenta positiva. Porque ‘Jo mai’ destila, por encima de todo, pasión contagiosa. Por el teatro, en su vertiente más catártica, y también de unos intérpretes que se dejan la piel. Su insultante juventud, compromiso y energía desarman al espectador más frío.

La historia de ‘Jo mai’ es grande. Diríamos que, en un brochazo a modo de resumen, presenta a unos jóvenes desnortados en un entorno hostil, terriblemente hostil. El Raval, por ejemplo, aunque nunca se sitúa la acción. Una historia en la que la sombra de la derrota es implacable porque todos sus personajes son víctimas. También una historia de amistad, de paso a la madurez, de desarraigo, de maltrato sexista, del éxito, la fama y el dinero… Y todo bañado de música rock en directo a todo trapo.

Iván Morales, autor y director, siempre mira hacia arriba. Nunca busca la salida más complaciente, la más fácil. Ni para él ni para el espectador. Quizá por ello una puesta en escena desnuda, esencialista, no acabe en ocasiones de transportar al público a ese mundo tan duro que retrata. El ritmo también se revela irregular, con algunos bajones que pueden provocar distanciamiento por abuso del relato del relato. O esa dramaturgia no lineal en el tiempo, sobre todo en el inicio, que resta fluidez. Pero nada frustra la atención y el aplauso que merecen ‘Jo mai’ y la compañía Prisamata.