CRÍTIQUES

VALORACIÓ
7
Que brille la energía
Publicat el: 7 de juliol de 2019
CRÍTiCA: Jerusalem
En la primera escena en la que aparece, el marginado John Byron sale
cojeando de la sucia roulotte en la que vive y se toma su tiempo para prepararse
y beberse de un trago un batido de leche, huevo, un chorro de alcohol y una
buena pizca de polvo blanco. No hace falta mucho más para que entendamos
enseguida ante qué tipo de personaje nos encontramos: Malhablado, sucio,
violento, bebedor, misógino y sin ningún tipo de vergüenza. Poco a poco, irán
incorporándose al improvisado patio en medio del bosque sus seguidores, a cada cual más variopinto y
marginado, entre ellos un ejército de jóvenes sin demasiado porvenir que
encuentran en ese trocito de bosque un espacio en el que dejarse llevar.
Jerusalem no es un relato narrativo sino una larga obra de
atmósfera. En ella se nos invita a ser testigos de unas vidas estereotipadas que
se consumen por el patetismo y los sueños frustrados y que recuerdan mucho a
los personajes del irlandés Martin
McDonagh. Se trata pues de un texto en el que la amargura aparece camuflada
por fiestas desfasadas, invenciones delirantes, humor negro y la (reiterativa) narración
de sueños imposibles, patriotismo y misticismo que, con una largada
considerable y una carencia de evolución –muchas de las escenas podrían
interpretarse en distinto orden o incluso suprimirse y no pasaría nada- podría
caer fácilmente en un proyecto monótono y tedioso.
Y es en este punto donde entra en juego Julio Manrique. El director sabe aprovechar la
vitalidad de las escenas festivas y dotarlas de ritmo, agilidad y energía.
Ciertamente las tres horas se pasan volando con una actividad frenética, luces
y proyecciones de Jaume Ventura y Francesc
Isern respectivamente y una amplia selección musical como ya es habitual en
las obras de Manrique. Y por supuesto no se puede obviar al reparto,
especialmente brillante en las escenas colectivas, capitaneados por un Pere Arquillué arrasador que transmite
con cada parte de su cuerpo, desde la mirada instigadora hasta la cojera que
mantiene durante las 3 horas. Una mención merece también la angelical voz de Elena Tarrats, cuya presencia llena el Grec
cargada de emotividad. En cambio, los momentos en los que el mundo
“civilizado” entra en escena tienden más a la exageración y a la poca naturalidad. En definitiva, un montaje de envergadura para agigantar un texto que por sí
solo resulta difícil de digerir.
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