CRÍTIQUES

VALORACIÓ
8
La economía es solo el principio
Publicat el: 1 de novembre de 2017
CRÍTiCA: Islàndia
Solo la primera escena de esta
obra ocurre en Islandia. El resto se sitúa en Nueva York y nos presenta un
mosaico de personalidades cuyas vidas han sido trastocadas por la crisis de
2008. Accionistas, ahorradores, timadores…Todos diferentes pero igualmente arruinados
y supervivientes en su miseria.
El de entrada protagonista de este
texto tiene 15 años, todavía quiere ser cantante de ópera y decide emprender la
búsqueda de su madre por la ciudad de los rascacielos. Cierto es que esta no
será recordada como la mejor interpretación del debutante Abel Rodríguez, pero ello no influye excesivamente en el montaje. Su
actuación no es más que una excusa, un hilo conductor que nos transporta por el
verdadero punto fuerte de la función. Y es que, aunque el más joven del elenco
es el único presente en todas las escenas, los verdaderos protagonistas son los
personajes aparentemente secundarios con los que se irá encontrando a lo largo
de su viaje. Estos usan la neutralidad y pureza del chico como blanco sobre el
que depositar sus miserias. Y aunque lo que nos ofrecen son pequeñas pinceladas
de sus vidas, la dramaturgia de Lluïsa
Cunillé nos hace intuir en cada uno de ellos una complejidad que daría para
hacerles protagonistas de su propia obra.
Así ocurre con la señora de origen
latino–Lurdes Barba– que necesita
vender todos sus recuerdos tras perder los ahorros con unas inversiones
fraudulentas. También con el desgraciado carnicero –Joan Carreras-, relegado a un puesto de hamburguesas y hot dogs
mientras intenta mantener la apariencia de calma. Y con la madre –Aurea Márquez– que se refugia en una más
que dudosa fe para olvidarse de su situación precaria. O con el inventor – Joan Anguera– cuya enigmática sonrisa acabará
la obra dejándonos con mil preguntas y suposiciones.
En cuanto a puesta en escena, el
texto parece regirse con la premisa de que menos es más. La dirección de Xavier Albertí pone el acento en la
desidia, la tristeza y la quietud de los perdedores manteniendo las escenas muy
estáticas y dejando que sea el texto el que resalte. Apetece ver el montaje en
un espacio íntimo, si bien eso no va muy acorde con el TNC (ni siquiera con la
sala pequeña). Para paliar la grandeza del espacio, la escenografía de Max Glaenzel condensa las acciones en micro
escenarios que aparecen y desaparecen en un espacio común que emula un parking.
Luces, sonidos y hasta olores –¡atentos a la iglesia!- nos llevan sin problemas
por los diferentes espacios manteniendo la esencia cruda de todos ellos.
Las relaciones sociales, la fe,
la salud, la amistad, la confianza… Cunillé nos recuerda que los aspectos que
quedan deteriorados por una crisis van mucho más allá de lo económico. Y lo
hace poniéndonos un espejo a la cara que no por situado en la ciudad que no
duerme es menos verídico.
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