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VALORACIÓ
8
Muñecas rotas en la América de Tennessee Williams
Publicat el: 8 de maig de 2024
CRÍTiCA: El zoo de vidre. Martina Cabanas.
La polifacética Martina Cabanas –directora, dramaturga, escenógrafa y docente- ha superado con buena nota el gran reto que le propuso Oriol Broggi: llevar a escena el clásico de Tennessee Williams ‘El zoo de cristal’, firmando la dirección y traducción. Ayuda su estreno en la sala más singular y con más encanto de la ciudad, una Biblioteca de Catalunya que bajo su pétreo y abovedado espacio nos traslada al pasado, a una de las historias más autobiográficas del dramaturgo estadounidense marcada por las ilusiones rotas. El relato de una madre sureña en la América de la depresión que atrapa a sus dos hijos en una tela de araña, tejida de deseos quiméricos y añoranzas de un pasado mejor. A ella el cuento le salió mal, fue abandonada por su marido y ansía encontrar un príncipe azul para su hija que les aleje de la temida pobreza.
Cabanas propone una mirada intimista y delicada como el simbólico título, con escenas muy emotivas, sustentada en las buenas interpretaciones de todo el elenco. Plantea el montaje como un ensayo, con un convincente Roger Torns ejerciendo de Tom Wingfield, el hijo y narrador –álter ego de Williams- que empieza a deshilvanar sus recuerdos opresivos. Sin más interrupciones, pronto el espectador se olvida de ese envoltorio metateatral, quizás innecesario, para zambullirse de cabeza en la vida de los Wingfield, según el relato de Tom.
Torns transmite verdad y ternura perfilando al joven aspirante a escritor y aficionado al cine que desea abandonar su anodina existencia y su rutinario trabajo en un almacén para ver mundo. Laura Conejero dibuja con intensidad y entusiasmo a Amanda, esa madre castradora, fantasiosa y sobreprotectora, atosigante pero no exenta de humanidad. Todo un ejemplo del amor malsano. Su contundente trabajo encaja muy bien con ese personaje desmedido –obsesionado con el buen porvenir para sus hijos- y zarandeado por su frustración que acentúa la atmósfera opresiva de la que consigue huir su hijo mayor. Este acaba rompiendo la tela de araña pero llevándose para siempre la culpa. Un reflejo autobiográfico del autor: esa misma culpa persiguió a Williams por haber abandonado a su familia, especialmente a su desvalida hermana, que padeció una lobotomía que la dejó incapacitada y acabó recluida en psiquiátricos.
Aquí la hermana es Laura, una joven tímida e introvertida, acomplejada por su cojera, que colecciona animalitos de cristal tan frágiles como ella. La actriz Clara Moraleda la recrea con mucha ternura, delicadeza y sensibilidad, emocionando a la platea cuando le invade el desencanto en el momento crucial del relato. David Anguera convence también como Jim, el compañero de trabajo de Tom y pretendiente soñado por la madre para Laura. Él es la esperanza para asegurar el futuro de la joven y los dos protagonizan una muy hermosa y entrañable escena a la luz de unas velas. La iluminación –siempre muy agradecida en este maravilloso espacio- es otro de los elementos destacables del montaje y también funcionan muy bien las breves intervenciones al piano de Anguera. Una muy recomendable obra para revisitar los sueños rotos de la América de los años 30, extrapolables a nuestros tiempos.
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