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10
Veinte años no son nada y cuarenta el doble de nada…
Publicat el: 21 de setembre de 2017
CRÍTiCA: Ahora todo es noche
La Zaranda sigue con su fuerza arrolladora, adentrándose
en el negro y sacudiendo fuerte. Cuarenta años rodando y dando tumbos por los
escenarios del mundo y apenas han cambiado. Solo un poco: La Zaranda ha dejado
de ser el “Teatro inestable de Andalucía la Baja” para convertirse en el “teatro
inestable de ninguna parte”. Era inevitable la “deslocalización”, aunque su
espectáculo último tenga mucho de aquel Vinagre de Jerez con denominación de
origen. En el Romea se exhiben los carteles de su larga trayectoria
escenográficamente dispuestos con algunos elementos de sus obras. Su humor
negro, negrísimo, sigue intacto y su manera de estar y de ser en el escenario
ha creado un lenguaje propio. Herederos del esperpento valleinclanesco, han
sabido llevarlo a sus últimas consecuencias despojándolo de pretensiones o
alardes literarios. El suyo es un teatro que se hace en el escenario,
acercándose a Beckett o agarrándole la mano. Eusebio Calonge y Paco de la
Zaranda vuelven a tocar hondo con tres personajes de la calle en los que nadie
repara porque son nadies. Son tres mendigos que, por no tener, ni siquiera
tienen nombre. Los suben a un escenario que es una estación, la calle, un
comedor social, una alcantarilla o una obra -los tránsitos zarandeños son
siempre tan surrealistas como hilarantes-, y les ponen a rebuscar en la basura,
a protegerse de la lluvia o del frío, a comer lo que les echen… Hay momentos de
serena lucidez en el deambular errático del trio de payasos sin máscara ni
maquillaje; momentos, remarcados con algo más de luz, en los que se detienen y
aparece el sabio o el poeta. Estos hombres, a los que un día les mordió la
pobreza o una rata, bien pudieran ser un Segismundo, un Prometeo y un Lear…
¿acaso no hemos acudido a un teatro? Los de la Zaranda, fieles a sí mismos, nos
zambullen en su universo tenebrista -fíjense en las fotos de sus espectáculos y
repasen después la pintura andaluza o levantina del XVII- para enredarnos con
una actualidad sin tiempo y llevarnos al teatro, ese no-lugar donde todo es
posible, donde el rey y el mendigo andan de la mano, tan igualador como la
muerte. La Zaranda está ahí para recordarlo ¡Qué por muchos años podamos
celebrar este extraordinario banquete teatral!
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