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7
Cabalgando por la cultura de la violencia sexual
Publicat el: 18 de juliol de 2025
CRÍTiCA: The Brotherhood
Carolina Bianchi revolucionó el pasado Grec drogándose en el escenario hasta perder la consciencia para simular una violación por sumisión química, muy quirúrgica, eso sí, en La novia y el buenas noches, Cenicienta. La directora, autora y performer brasileña, afincada en Ámsterdam, ha vuelto este año, con las expectativas por las nubes, con The brotherhood (La fraternidad), el segundo capítulo de la trilogía Cadela força sobre la violencia sexual. Ella misma la sufrió en el 2012, y en una fiesta de intelectuales y artistas, para más inri. Así que resulta muy razonable que ahora centre la mirada en los agresores, explorando los códigos del machismo que perpetúan la violencia sexual en el arte y, muy especialmente, en el teatro. Nadie, por más genio creador que sea, se libra de poder caer en ese machismo patriarcal, esa hermandad oligárquica que se transmite de generación en generación. Tampoco se librará el bebé que aparece en la primera escena. Hay buenas y brillantes ideas en la propuesta, pero no acaba de funcionar un engranaje dramatúrgico irregular que se alarga excesivamente hasta casi cuatro horas.
Al entrar en la sala, el espectador es recibido con el sonido de una manada de caballos y el cuadro El rapto de Hipodamia, de Rubens, proyectado sobre una gran pantalla. El rostro de sufrimiento y desesperación de la joven novia semidesnuda, atrapada por el agresivo centauro Eurito el día de su boda, es un buen ejemplo de los ultrajes y las agresiones que han sufrido las figuras femeninas a lo largo de la historia. También, repitiendo el formato de conferencia performativa de su anterior capítulo, Bianchi hablará de la violencia extrema de la shakesperiana Titus Andronicus, la obra más sangrienta del bardo, con la tortura de Lavinia como la mayor atrocidad; y de la desilusionada y fracasada Nina de Chejov en La gaviota. Como el ave que mató Treplev, Nina llega a sentirse una muerta en vida, y así asegura sentirse Carolina Bianchi tras el abuso. “Me pasearé por el escenario como una presencia fantasmagórica”, dice.
Siete actores de su compañía Cara de Cavalo ejercen de machos en la pieza. Recrean actitudes grupales típicas, manadas desbocadas, una orgía de semen (simulado)… En una escena excesivamente larga y pesada, leen sentados, cual jueces dictando sentencia, algunas anotaciones de las 500 páginas de la investigación de Bianchi.
Entre lo mejor de Brotherhood, una entrevista a un supuesto director teatral muy reconocido. Un tal Klaus Haas, nombre tomado del personaje de la novela 2666 en la que Roberto Bolaño versiona los feminicidios en Ciudad Juárez, de la que Àlex Rigola hizo una extraordinaria adaptación. La entrevista denuncia, incluso con humor, cómo funcionan esas estructuras de poder tan arraigadas: la posición de dominación y abuso del director con sus actrices, liándose con ellas y rechazándolas sin pesar alguno. También se habla de los referentes del celebrado artista, exclusivamente masculinos, claro (Marthaler, Ostermaier… ). Lástima que el encuentro entre Bianchi y Klaus se acabe de forma poco acertada con la artista ofreciéndose a tener sexo con él en una escena muy artificial. Parece dar cuenta de la compleja lucha entre las pulsiones de eros y thanatos, entre la fascinación y la aversión de las dinámicas de poder masculinas, pero se ve un acto muy forzado.
Las injerencias de Bianchi en el universo de Angélica Liddell (masturbación, vagina, penes, acto sexual simulado…) son constantes. Comparten el enfoque personal y radical, pero, a mi juicio, la brasileña no tiene el poderío escénico de la artista catalana, que siempre vomita su rabia con mucha visceralidad y veracidad, y algunos de los actos más provocadores de Bianchi se antojan gratuitos.
Los límites del genio creador
En el interesante y conocido debate sobre los límites del genio creador -¿se puede separar una obra maestra de la conducta dañina del autor?-, Bianchi cita a Jan Fabre, condenado por abuso sexual, a quien admiraba. ¡Son tantos los casos de misoginia, agresiones y humillaciones hacia las mujeres a manos de los llamados genios (hasta Picasso entraría en la lista, aunque no se cita)! Son genios siempre masculinos, acierta a subrayar la creadora, pues a las mujeres se las sitúa en un escalafón menor, por más brillantes e inteligentes que sean. Da muchos ejemplos de la confrontación entre arte, poder y género, aunque podría haber profundizado más en el asunto. Al final, acaba rindiendo tributo a la escritora británica Sarah Kane, que exploró en su obra la violencia patriarcal y esos mecanismos de poder opresivos que denuncia Bianchi, antes de suicidarse en 1999 a los 28 años recién cumplidos. Una propuesta interesante, con brillantes momentos, a la que le ha faltado força y una dramaturgia más inspirada.
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