CRÍTIQUES

VALORACIÓ
6
Perdidos en la distancia
Publicat el: 9 de febrer de 2022
CRÍTiCA: Desig
Algunas críticas de la presentación de Desig hace treinta años en el Romea destacaban la relación de la obra de Josep M. Benet i Jornet con el teatro de Harold Pinter. También Sergi Belbel, responsable de dirigir el estreno absoluto en 1991. Además, sumaría a su análisis conexiones con Koltès, Beckett y Mamet. Recuperada ahora de nuevo en la sala gran del TNC -¡qué difícil es crear un repertorio catalán contemporáneo con textos de referencia que duermen durante décadas el sueño de los justos!- esa fuerte impresión pinteriana sigue intacta. Más una vibración subterránea común que una escritura dramática análoga. Quizá el sótano de emociones latentes y reprimidas de Benet i Jornet es más profundo y oscuro. Más marcada la amenaza.
También comparten la dimensión íntima de ese misterio interior. Situaciones y personajes que piden interpretaciones comedidas, introspectivas, ambiguas, alejadas de la visceralidad de las emociones unívocas. Es posible que este sea el mayor desacierto de la puesta en escena de Desig que dirige Sílvia Munt en el TNC. La memoria es imprecisa, pero de todas las obras de Pinter producidas por el National Theatre de Londres ninguna ha ocupado la sala principal. El reconocimiento público no se mide en una difusa jerarquía de prestigio entre las distintas salas del complejo del Southbank. Se estrena en el espacio que mejor se relaciona con el texto.
En la Sala Gran la disonancia entre la obra y el escenario se hace aún más tangible por el aparatoso gesto de forzar un cambio físico para acortar la distancia entre el espectador y la obra. Un esfuerzo estéril, que sólo remarca el exceso de espacio que sigue ahí, condicionando muchas decisiones de dirección. Y es fácil llegar a la conclusión que esas extrañas interpretaciones expansivas, irritadas, categóricas, a zancadas, en alto desde el minuto uno, sólo están destinadas a llenar un enorme e incómodo vacío. De alguna manera hay que llenar esa arena en la que los personajes tienen que llenar el máximo de aire posible.
Tampoco ayuda una escenografía neutra que borra la tensión entre lo real y lo irreal y que coloca a ese cuarteto de deseos en un no-lugar al servicio de una lectura de dirección que se obsesiona por construir un relato. Esa proyección final con la visualización de un deseo carnal es la constatación que Munt ha elegido una tipología y unos destinatarios entre la polifonía de ambigüedades del deseo que irradia el texto y ha sembrado el montaje de un sendero de migas de pan para, como Pulgarcito, no perdernos en el bosque. Cuando Benet i Jornet precisamente nos invita a sentir el placer de la amenaza de perderse con sus personajes.
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