CRÍTIQUES

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7
Revisar el canon
Publicat el: 28 de gener de 2022
CRÍTiCA: Desig
El TNC ha hecho lo que debe hacer un teatro público, o sea, revisar el repertorio local, sacar a los tótems de la vitrina y confrontarlos con el día a día, desempolvarlos y evitar que se sacralicen en la memoria de un lejano estreno o en la intangibilidad de los clásicos de casa. Y lo ha hecho con Josep Maria Benet i Jornet, el más clásico de los contemporáneos catalanes (o viceversa), la cepa de la que brota una dramaturgia autóctona tras el hachazo de la guerra civil y la larga noche hispanohablante del franquismo. El texto elegido ha sido Desig (1989), que no se representaba en Barcelona desde su estreno en 1991 en el Romea (entonces centro dramático de la Generalitat), y que sólo en 2018 tuvo una lectura dramatizada en la Beckett. Visto el resultado de esta nueva versión, cumplida la función pública de repescar en aguas locales, uno se pregunta por qué Desig ha sido ignorada todo este tiempo, si fue por descuido o cuidadosamente, si hubo casualidad o causa, si daba miedo o respeto mirar a este Benet i Jornet a la cara. Porque las relecturas traen sus sorpresas, como el propio paso del tiempo. Obligan a revisar el canon. Y ha hecho falta la valentía de dos teatros públicos para atreverse con este Benet i Jornet dos veces en treinta años.
Desig es un Benet pinteriano, la aculturación catalana de las comedias de la amenaza británicas de los años 1950. Él y Ella, un matrimonio maduro de clase media, ve sobresaltado su plácido fin de semana en el campo por unas misteriosas llamadas de teléfono (fijo) y la aparición de un hombre y una mujer desconocidos (al menos en apariencia), que insisten en establecer contacto sobre todo con ella. Los diálogos fluyen entre elípticos y difusos, hay repeticiones rítmicas y giros anecdóticos, algún arrebato poético de altos vuelos (magnífico Raimon Molins disertando sobre el frío y la enfermedad), pero también momentos de tedio y un forzado clímax erótico final, inventado por Sílvia Munt, a contrapelo del original. Lo que empieza como un Pinter prometedor, digno de El montaplatos o La fiesta de cumpleaños, acaba con un giro melodramático más propio de Poblenou. El Desig de Munt se revela, en ese sentido, como un ejercicio de estilo irregular, con momentos brillantes y algún resbalón, que cifra su osadía (su deseo) en un tórrido beso homosexual, y que fía la mitad de su tensión dramática, y los resortes básicos de su trama, a una tecnología obsoleta (el teléfono fijo), haciendo materialmente impensable este drama treinta años después, y dejando en el aire la incómoda pregunta sobre su vigencia.
Carles Martínez y, sobre todo, Laura Conejero, el personaje que une los mundos del orden y el caos, del matrimonio y la aventura, dan la impresión de entrar sólo a medias en sus papeles. Sus disputas matrimoniales resultan frías y enfáticas, vividas desde fuera, resueltas con oficio pero con poca convicción. Están más creíbles Anna Sahun y, sobre todo, Raimon Molins en sus papeles más extraños y quizá por eso más libres, menos encorsetados que el matrimonio mal avenido y obligado a deambular entre la rutina y el misterio. La escenografía de Enric Planas parte la Sala Gran en dos, con platea a ambos lados de la escena, y pinta un minimalista hogar campestre y una estación de servicio larga y desangelada, como un cuadro de Edward Hopper, en un espacio diáfano con apenas dos mesas y unos bancos corridos. En esta mínima escena, sólo se echan de más las explícitas proyecciones de Dani Lacasa, que redundan innecesariamente en la sexualidad inventada por Munt.
Volver a los clásicos, como volver a la infancia, tiene sus riesgos. Uno de ellos es ver cómo las obras se agrandan o menguan, cómo envejecen o rejuvenecen, cómo dialogan o tropiezan con el presente. Nadie duda que, en los posmodernos ochenta, el cripticismo amenazante de Desig, la liberación de sus deseos no normativos, tuvieran su novedad y su encanto en una España recién salida de la censura. Treinta años después, sin embargo, cabe preguntarse si este ejercicio de estilo, en la versión de Munt o en cualquier otra, guarda su novedad y su encanto o si ha envejecido con la gracia obsolescente de los teléfonos fijos. El lugar para preguntárselo, sin duda, es el teatro público, donde se pueden lanzar estas preguntas y encajar cualquier respuesta, donde se puede abrir la caja de Pandora de las relecturas y revisar, inevitablemente, el canon.
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