Turandot (1926) de Giacomo Puccini (1858-1924) es una de las obras más queridas por el público y que más se representa en todo el mundo. Desgraciadamente sus exigencias vocales e interpretativas no siempre se cumplen y por ello podemos recordar muchas malas experiencias.

A quienes asistiamos normalmente a las producciones de la Ópera de Catalunya nos sorprendió muy gratamente -después de la Manon Lescaut irregular que vimos-, este despliegue de voces y talentos, en el marco incomparable del Palau de la música catalana.

Elemetos visuales básicos, pero claros y coherentes dramáticamente, además de un montaje que seguía la tradición a rajatabla (quizá demasiado), fueron la base de la puesta en escena donde lo que más destacó fue un elenco de voces especialmente adecuadas para los difíciles personajes puccinianos.

Comenzando por el papel titular, cantado en esa ocasión por Maribel Ortega, soprano con un gran gusto musical y un color vocal completamente adecuados al personaje. Hizo una Turandot muy correcta y bien ejecutada, que llegó a emocionar con la súplica a su padre y con su final derrota.

Quien más nos sorprendió (sobre todo por la falta de tenores que hay en su registro) fue Antoni Lliteres, un joven tenor lírico con tintes spinto, con una voz preciosa, una emisión y libre y un fraseo digno de recordar. Fue realmente sorprendente como sorteó todos los retos que esta partitura propone vocalmente y su interpretación no tuvo fisuras, cosa muy difícil de decir en nuestros días.

Tina Gorina, la soprano intérprete de Liú hizo un trabajo correcto y limpio, quizá un poco frío para un personaje tan entrañable. Pero no puede reprochársele ni una nota ni un matiz.

Todos los papeles secundarios sorprendieron por su buen hacer y calidad vocal. Tanto el coro como la orquesta, hicieron un trabajo de muy alto nivel. Fue una noche encantadora, con el auditorio lleno y muy entregado. Quizá la mejor producción de la Ópera de Catalunya desde el Don Pasquale de hace algunas temporadas.