T’estimo si he begut es un cóctel. Más revuelto que agitado. Tres partes de compañías (Dagoll Dagom, T de Teatre y La Brutal), diez partes de destilados escénicos de cuentos de Empar Moliner y cinco de composiciones originales de Andreu Gallén. Un buen golpe de angostura de dirección David Selvas y dos guindas: el espacio escénico de Alejandro Andújar y la iluminación de Jaume Ventura. Recién servida, la mezcla no tiene el efecto euforizante esperado. El paladar no encuentra el placentero y adictivo umami. El gusto indefinible que unifique el curioso brebaje teatral en un todo explosivo que se imponga a sus potentes ingredientes individuales.

Cuesta explicar por qué la amalgama dramático-etílica no acabar de funcionar. Tanto Dagoll Dagom como de T de Teatre atesoran una larga y exitosa tradición de espectáculos basados en relatos breves. T’estimo si he begut incluso podría ser una actualización del recordado T’odio amor meu, con Dorothy Parker y Cole Porter sustituidos por dos autorías catalanas. Quizá es una cuestión de ritmo o la sensación creciente que el espacio del salón de bingo no supera la anécdota para ligar un puñado de historias sin conexión. Un entorno random, tan válido, o menos, que la sugerente coctelería elegida para el trailer publicitario, con más afinidades con el título del montaje y las refinadas querencias personales de la autora.

Quizá se deba a la ausencia de verdadero punch cómico, como si las actrices tiraran de oficio y de las seis temporadas de Jet Lag. Sólo se rompe esa inercia en los dos episodios más dramáticos (“Flora Camí” y “Bullying”) con las destacadas intervenciones de Carme Pla, Àgata Roca y Marc Rodríguez. Actuaciones liberadas del corsé de la etiqueta de una comicidad convertida en cliché y que curiosamente la narrativa socarrona de Moliner alimenta. Quizá también porque la combinación de música y texto -con notables resultados para David Selvas en La importància de ser Frank– se presenta como un mero recurso sin exhibir una verdadera personalidad propia. ¡Làstima!

El interesante trabajo de Gallén pasa casi desapercibido, excepto cuando Mercè Martínez se impone con su voz y swing en “T’estimo si he begut” o se intuye en “La invenció de l’aspirina” un intento de emular el endiablado ritmo y la amargura existencial de Sondheim en títulos como Company.

Regusto acre. Es lo que se lleva el espectador. Muchos nombres propios reunidos para un espectáculo que se mueve casi todo el tiempo en la dimensión de la promesa de todo aquello que quiso y pudo ser.