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9
Deseando amar atrapada entre dos mundos
Publicat el: 1 de juliol de 2025
CRÍTiCA: Rusalka
Una Rusalka espléndida en la exhibición vocal y musical ha cerrado la temporada operística del Liceu entre ovaciones. La soprano lituana Asmik Grigorian bordó una interpretación memorable como la protagonista de la ópera de Antonin Dvorák, basada en cuentos populares eslavos, La sirenita de Hans Christian Andersen y la Undine de Friedrich de la Mott-Fouqué. Una ninfa de las aguas inmortal. El director de escena, Christof Loy, le añadió dificultad al personaje convirtiendo a la ninfa acuática en una bailarina lesionada. Grigorian tuvo como extra que calzarse las zapatillas de puntas y aprender algunos pasos de ballet. Brilló en todas las facetas, sumando a su dominio y belleza vocal unas fantásticas dotes de actriz. Vistió su personaje de exquisita delicadeza, sensibilidad y emoción. A su lado tuvo un tenor de lujo, el polaco Piotr Beczala, que volvió a dar cuenta de su prodigiosa voz en el rol del príncipe de quien se enamora Rusalka. Por él está dispuesta a abandonar su mundo y convertirse en una humana, aunque como peaje pierda la voz.
Libidos desbocadas
Curioso que en una ópera la protagonista enmudezca, manteniendo su silencio durante gran parte del segundo acto. Es entonces cuando, ya en el palacio del príncipe, Loy acierta insertando una estupenda coreografía de libidos desbocadas -el personal del servicio revolcándose unos con otros- creada por Klevis Elmazaj. Así las gastan los humanos. Una escena que asimismo simboliza el deseo y los anhelos ocultos de Rusalka, a quien el príncipe abandona por su mudez y frialdad para caer en los brazos de una despiadada princesa extranjera –la carismática e imponente Karita Mattila-. El notable reparto lírico se completó con Aleksandros Stavrakakis como Vodki, el padre de Rusalka y genio de las aguas; Okka von der Damerau, que desplegó su poderío vocal y carácter como la bruja Jezibaba y un buen Manel Esteve como guardabosques, entre otros.
Aclamado Josep Pons
Mientras el maestro Josep Pons se llevaba una de las mayores ovaciones de la noche, firmando una aclamada y brillante dirección musical en su despedida, se oyeron algunos abucheos, injustificados, para la propuesta escénica. Loy rubricó una excelente dirección de actores, pero parece que no gustó que prescindiera del agua y concibiera un mismo espacio simbólico para los dos mundos. Un viejo teatro –habitado por artistas: bailarinas, cómicos…- y, a la vez, el palacio del príncipe, con una montaña de piedras tras las que se puede imaginar un lago, hacia el que camina Rusalka en la bellísima imagen final. El director alemán ha trasladado la frustración de la ninfa al mundo del arte. Mientras sus hermanas bailan alegres con sus tutús, la protagonista yace postrada en la cama lesionada y debe apoyarse en muletas al levantarse. Cuando el arte se tambalea, el vacío, la pena y la incomunicación afloran. Una gran producción para despedir la temporada.
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