Rusalka es la ópera checa por excelencia y su autor, Antonin Dvorak (1841-1904),  uno de los pocos compositores de ese país que han conseguido ser constantemente programados en las casas de ópera mundiales. Una partitura tan compleja e interesante como la de esta ópera presenta muchos retos, musicales, vocales y escénicos. En el caso del montaje que el Gran Teatro del Liceo ha incluido en esta temporada, la mayoría de ellos fueron resueltos favorablemente.

Comenzando por la orquesta, se debe remarcar que hace ya un tiempo que esta agrupación no deja de sorprendernos bajo la batuta de Josep Pons, sobre todo frente a partituras orquestales especialmente comprometidas, como es el caso de la que nos ocupa. Muy bien logrado el equilibrio entre la orquesta y las voces, a pesar de la densidad orquestal típica de Dvorak, además de la recreación precisa de los cambios de atmósferas constantes que plantea y que tanto echamos de menos en la puesta en escena.

De esta última se tiene que destacar su falta de cohesión, sobre todo desde la propuesta visual. Tanto la escenografía, la iluminación como la creación de personajes se vieron muy pobres y poco imaginativas. Dos escenas fueron la excepción: la que muestra el rechazo de las hermanas y el final, ambas con composiciones escéncias muy poéticas.  Lo demás no apoyaba ni la acción dramática ni la atmósfera musical. Sin embargo, el manejo de actores tuvo resultados más felices, por ejemplo: La divertida escena entre Hajný y Kuchtík, (donde destacó sobre todo el buen hacer escénico y vocal de la mezzo madrileña Laura Orueta) o la muerte del príncipe, emotivamente es de lo mejor que se le ha visto a Piotr Beckzala a nivel actoral. Otro acierto: hacer que la sirena baile ballet cuando no canta, lo que la deja en un ser siempre expresivo y sofisticado.

El elenco muy homogéneo, encabezado por Asmik Grigorian que nos regaló una Rusalka de color profundo, con resultados escénicos excelentes y admirable entrenamiento en un arte tan difícil como el ballet. Su coprotagónico, interpretado magistralmente por Piotr Beczała, nos mostró una emotividad que no le conocíamos. Una voz espectacular la de Okka von der Damerau interpretando a la bruja y un buen hacer en los discretos papeles secundarios.

Una historia de cuento de hadas que no encontró siempre la magia en la escena, pero sí en la música.