CRÍTIQUES

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8
Juego de trono
Publicat el: 18 de juny de 2017
CRÍTiCA: Ricard III
Múltiples personajes, manipulaciones, engaños, traiciones y muertes. Con sus tragedias, Shakespeare era el George R. Martin del siglo XVI. Y así lo vemos en Ricard III, un clásico protagonizado por un malo malísimo en el truculento camino que emprende hacia la corona.
Xavier Albertí recupera el tono magnificente de la obra en un gran montaje con 14 actores en escena y todos los medios de la sala gran del TNC. Se nota que Albertí juega en casa y sabe explotar los recursos del espacio, por más que los problemas de sonido sigan siendo su punto débil. La escenografía de Lluc Castells y Jose Novoa junto a la iluminación de Ignasi Camprodon crean una puesta en escena impactante, fría, escéptica y atemporal, pero muy atractiva y espectacular.
También en el vestuario de María Araujo y en los movimientos de los personajes vemos unas capas llenas de simbolismo. Ante la quietud y el inmovilismo del resto de personajes, vestidos de negro, solo Ricard se mueve, removiendo los hilos a su antojo. Y también su vestuario es el único que cambia el tono oscuro, una representación de su ascenso progresivo tanto en la escala del poder como en la de la horterada.
De todos los actores, el lucimiento de Lluís Homar queda altamente destacado. Dejamos de ver ese registro grandilocuente al que nos tiene más acostumbrados para entrar en el de un hombre enfermizo, tosco e indeseable. Sin embargo, cuando más sobresale su actuación es en el final, momento en el que se muestra derrotado y se despoja de su armadura para mostrar su vulnerabilidad.
Hasta ese momento, nos indignamos y cuestionamos cada avance del malvado. ¿Cómo es posible tanta manipulación y mentira? ¿Cómo puede esconderse tan bien el lobo bajo la piel del cordero? ¿Y cómo nadie puede descubrirle y parar sus planes? Pero basta con salir del teatro y mirar a determinados sucesos de nuestros días o de nuestro pasado para darnos cuenta de que la ficción no está tan alejada de la realidad. Y por eso las cuestiones universales de la obra de Shakespeare siguen vigente. Porque factores como el miedo, el egoísmo o el deseo de poder son atemporalmente humanos.
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