CRÍTIQUES

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5
Decepcionante retrato de esta nuestra generación
Publicat el: 9 de setembre de 2017
CRÍTiCA: Ningú no va als aniversaris a l’estiu
La entrada triunfal de Lluki a su fiesta de cumpleaños consiste
en ella fingiendo estar muerta. Solo por eso, ya podemos pensar que es un personaje
complejo. Y como más avanza la trama, más parece que es alguien con una
importante necesidad afectiva y una terrible obsesión por sentirse querida y dejar
huella. Estamos en su fiesta de cumpleaños, tal vez la fiesta que nunca tuvo
dado que nadie nunca acude a las fiestas en verano. A una servidora le parece
inevitable que la alegría del guateque que le preparamos –sí, los espectadores
se la preparamos en 5 minutos siguiendo las instrucciones de un divertido videotutorial- dure poco. Suena la música, jugamos a juegos,
tomamos comida y bebida, pero por dentro espero a que llegue el momento. Lluki
tiene enfados en el que preveo lo peor. Pero de repente se calma, y la fiesta
sigue con normalidad. Espero en las acciones de la protagonista algo que no
esté bien, un golpe que se esté gestando, una venganza propia de Carrie que rompa con el aire festivo y
nos transmita el verdadero mensaje del espectáculo: Un aviso de lo duro que es
sentirse ignorado, del daño que la soledad puede hacer en las personas. Me espero que la fiesta acabe mal mientras a mi
alrededor todo el mundo disfruta, se motiva e incluso hace sus aportaciones al
espectáculo. Me preparo para la desgracia que parece avecinarse, que tiene que
llegar en breve… Pero no llega. La fiesta sigue su curso con alegría y
superficialidad hasta el final. Lluki nos dice que le gustaría ser invisible
como las telarañas de spiderman, y nosotros los invitados lo celebramos. Como
si ser invisible fuera positivo, como si estar solo en tu cumpleaños fuera algo
de lo que alegrarse.
Entre medias, vídeos divertidos, canciones del verano y
cámaras por doquier (la propia protagonista nos pide que grabemos el evento). Solo
algunos paréntesis curiosos y con una cierta trascendencia sobre el recuerdo en
la era de las nuevas tecnologías parecen romper la alegría, para devolverla
después como si nada hubiese ocurrido. “Somos jóvenes y modernos, pero también
pensamos en cosas profundas”, parece que digan. El problema es que esa
reflexión sea olvidada a los pocos segundos, eclipsada por la necesidad de
dejarse llevar por la celebración. Como si al final, lo único que perdurara en
esta generación fuera la fiesta. Una lástima que ese sea el retrato que ofrece.
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