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9
Un bello y emotivo poema visual sobre la maternidad
Publicat el: 26 de juliol de 2025
CRÍTiCA: Mami
“Una imagen vale más que mil palabras”. La frase popularizada por el publicista norteamericano Fred R. Barnard en la década de 1920 define el trabajo de Mario Banushi, lanzado a la escena internacional como el ‘niño maravillas’ del teatro griego. Su debut en el Grec ha sido una muy grata sorpresa cautivando a muchos con un bello y emotivo poema visual sobre la maternidad. No hay palabras. Las imágenes, poderosas, hermosas, impactantes, enternecedoras, tristes…, resuenan en nuestra memoria, nos emocionan y nos llevan a un viaje por los ciclos de la vida, la maternidad y los cuidados.
El joven director de 26 años ha hecho su vertiginosa entrada en la escena con el tema recurrente de la familia. Empezó una trilogía hablando de su madre (Ragada), siguió con el duelo por su madrastra (Good bye, Lindita) y acabó con su padre (Taverna Miresia…). Ahora con Mami vuelve a la figura materna, en plural. Hijo de inmigrantes albaneses, se ha inspirado en todas las mujeres de su vida para rendir homenaje a todas las madres. Y en particular, a su madre biológica y a su abuela, que ejerció de mami, y así la llamaba, durante su infancia en Albania, hasta que pudo reencontrarse con su joven progenitora en Grecia. Cuenta que su teatro silente le evita la difícil decisión de elegir idioma para el texto (griego o albanés) y se ha marcado un camino propio dibujando bellos, tiernos e intensos paisajes conectados con su memoria.
Los cuidados y el amor
La escenografía hiperrealista nos muestra una casa, un camino y una farola. La excelente música y la ambientación sonora -las campanadas, los aullidos de un perro, el llanto de un niño…- crean una atmósfera envolvente que atrapa. El director imprime un ritmo lento a la secuencia de imágenes. Una joven embarazada sale de casa para sacar la basura. Tras el nacimiento de la criatura, al poco vemos el reverso de la moneda: el hijo que cuida a su madre en la vejez o a la abuela, le cambia los pañales y la alimenta, como antes hizo ella. Una imagen enternecedora y llena de delicadeza. Pero hay otra cara que el autor no oculta. Esa conducta de entrega amorosa al más necesitado tiene su peaje. Veremos al chico con una joven, que también le da de comer. El amor alimenta, pero cuando la madre requiere la atención del hijo y él se la presta, la muchacha le abandona frustrada. Banushi disecciona las relaciones humanas sin rehuir sus aristas: hay mucho amor, pero también celos, rupturas, peleas… Y echa mano de la desnudez en todas las edades para ilustrar tanto la belleza y pasión amorosa de la juventud como el desvalido cuerpo en la vejez.
Tras la aparición –de forma surrealista- de un hombre que causa la ruptura de la pareja, veremos en una poderosa imagen a la joven ahogando sus penas introduciendo parte de su cuerpo en una gran pecera. Parece querer suicidarse, aunque tras unas largas y angustiosas apneas, toma aire y repite el intento. Al final la ayuda una figura materna en ese relevo de cuidados que es continuo en la pieza. Luego los dos chicos protagonizarán una dramática y vibrante pelea intentando ahogar uno al otro.
La maternidad como fuente de vida aparece referida en otra bella estampa con una adolescente expulsando leche hacia arriba como un surtidor. Batushi refuerza el homenaje a su mami con una fotografía real de la mujer dándole el pecho. Él sale a escena, recorta al bebé y le sustituye. Y la acción continua hasta la muerte de la anciana madre y un ritual nostálgico amontonando sobre su cuerpo toda la vida pasada, simbolizada por los objetos que la llenaron, casa incluida. Un montaje para recordar.
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