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Colorín colorado, por desgracia este cuento no ha acabado
Publicat el: 20 de febrer de 2018
CRÍTiCA: La tristeza de los ogros
A la izquierda, una chica –soñadora e inocente Olivia Delcán– secuestrada en un sótano oscuro. A la derecha, un chico –rabioso y enérgico Nacho Sánchez– aislado en su habitación, cansado y enfadado por no entender ni ser entendido. Aunque en prisiones de distinta naturaleza, ambos están encerrados. Y en los dos abundan los sueños rotos, las esperanzas truncadas, los recuerdos hirientes y los deseos ahogados. Los dos intentan expresarse, comunicarse con el exterior mediante cámaras, pero ninguno consigue ser escuchado. Y al final los dos escaparán, tomando para ello decisiones drásticas y extremas. En medio de ambos queda la adolescencia que les une, personificada por una especie de fantasma de la niñez. Una diabólica y omnisciente maestra de ceremonias –Andrea de San Juan– que con una interpretación sobrecogedora y la ayuda de la técnica provoca conmoción y miedo a partes iguales.
Con estos tres personajes y una completa puesta en escena –con iluminación de Manu Savini y sonido de Maxime Glaude- el montaje dirigido por Fabrice Murgia, un remake de la versión original belga, desprende la pasión de la adolescencia, los altibajos repentinos y la angustia por la magnificencia de los sentimientos. Todo en una escenografía lisa, blanca. El terreno de la consciencia y de la inconsciencia es el escenario de esta historia macabra.
La tristeza de los ogros pone en relación dos casos ocurridos en 2006 y protagonizados por adolescentes: el de Bastian Bosse, quien provocó un tiroteo en su instituto, y el de Natascha Kampusch, secuestrada durante 10 años. No fue la primera vez, y lamentablemente tampoco será la última. Apenas hace unos días que el mundo se volvió a conmocionar con la matanza por parte de un adolescente en un instituto de Florida. Tampoco hace mucho de la liberación de trece hermanos encerrados por sus padres en California. Y en España, casos como el asesinato de Diana Ker siguen llenando portadas. El cuento de terror parece condenado a repetirse. ¿Cómo se puede evitar? El montaje no nos da respuestas. Pero sí que habla de la cobertura informativa, del morbo de las imágenes, de cómo miramos sin querer mirar pero sin apartar la mirada. Y de cómo buscamos culpables desesperadamente para simplificar el mundo. ¡Qué fácil sería distinguir a simple vista lo bueno de lo malo! Quizás esa es la dificultad de hacerse mayor: darse cuenta de la inestabilidad y complejidad del mundo y sus puntos de vista. Entender que la vida no es blanca ni negra. Y que los finales felices no existen, pero no encerrarse puede ayudar a que no sean trágicos.
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