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6
Kassandra se queda sin tragedia
Publicat el: 27 d'octubre de 2018
CRÍTiCA: Kassandra
En 1983 Christa Wolf publica Kassandra,
un relato desmitificador de la princesa de Troya. Una mujer marginada,
utilizada por hombres y dioses, que decide ser dueña -hasta las últimas
consecuencias- de un destino dictado por los clásicos. Sergio Blanco -en la
misma línea- propone en su monólogo homónimo una desmitificación aún más
radical de un personaje trágico (profetisa sin credibilidad, vestal violada,
víctima de la guerra). Ser al que sólo ceden la palabra para una escena de
locura en Las troyanas de Eurípides.
La Kassandra de Blanco es una
transexual migrante que resiste en los márgenes de la dignidad en un paisaje
que no es el suyo, en una lengua que no es la suya. Superviviente que se
reivindica con su cuerpo elegido, que defiende con rabiosa sinceridad su
libertad e identidad sexual, por encima de las normas de la guerra y la moral
monolítica. Luchadora que reescribe sin límites el pasado heredado. Una
reencarnación de estética hiperbólica. El dibujo de una pin-up canalla. Un personaje por dentro y por fuera “on fire”.
Una nueva biografía que aún conserva del viejo mito su deriva trágica.
Un poso que Sergi Belbel no ha cuidado en una puesta en escena con todo el peso
dramático y emocional volcado en la celebración exuberante que ofrece Elisabet
Casanovas. Dice Abel González Melo en su prólogo a la edición de Arola del
teatro de Blanco: “El dramaturgo se sirve del teatro como herramienta para […]
perturbar el alma del que está enfrente”. Y eso es tan cierto en la obra del autor
uruguayo como ausente en este montaje. Quizás es previsible que importe poco la
muerte de la Casandra de Homero o Esquilo, pero nos debería tocar el ánimo
saber que la Kassandra de Blanco -intacto su don estéril de conocer el futuro-
se dirige hacia una segunda muerte anunciada. Un destino desdibujado por una
propuesta teatral que prescinde desde el principio de ese tiempo detenido -aunque
sea una respiración- en el que se hace recuento de las ruinas de la vida. El instante
previo a que Scarlett O’Hara se levante y decida que “mañana es otro día”.
Casanovas se entrega con todo su ser y energía a la línea arrolladora
marcada por el director. Actuación generosa, seductora, magnética. El gran
espectáculo de una actriz que domina la relación directa con el público y el
espacio: un símil aseado de un club de carretera teñido de rojo y neón magenta.
Una actuación con tanta fuerza, desparpajo y convicción que nos hace olvidar la
fragilidad del personaje, la complejidad de su situación. Es el retrato anímico
de alguien que ha triunfado a cañonazos sobre su sino trágico. Se intuye muy en
el fondo que hay heridas incurables, aunque Casanovas nos convenza con su
extraordinaria performance que es un cuento escrito por un hombre.
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