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CRÍTIQUES
Jo Travesti Roberto G Alonso Preferida 4may Zircus
Ana Prietofotoacademia1 445x444
PER: Ana Prieto Nadal

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ANAR A FiTXA DE L’OBRA ENLLAÇ EXTERN

Una familia de tradición travesti

Publicat el: 22 de novembre de 2023

CRÍTiCA: Jo, travesti

Jo, travesti, un espectáculo estrenado el pasado julio en La Model, antiguo centro penitenciario de Barcelona, está teniendo, tras su paso por Fira Tàrrega, una nueva vida en la Fundació Joan Brossa. Josep Maria Miró (Premio Nacional de Literatura Dramática 2022), que ha escrito y dirige esta pieza en homenaje y para lucimiento de Roberto G. Alonso, emplea para definirla el término “alterficción”, que ya utilizó —si no acuñó— el dramaturgo uruguayo Sergio Blanco a propósito de COVID-451 (Teatre Lliure, 2020).

Roberto G. Alonso, bailarín y actor con compañía propia, director de espectáculos como La fragilitat dels verbs transitius (Mercat de les Flors, 2016) y Laberint Striptease (Escenari Joan Brossa, 2019), es un habitual de la escena catalana. En los últimos años, ha actuado en espectáculos de Xavier Albertí —interpretó a la Lujuria en El gran mercado del mundo (TNC, 2019) y participó también en Els homes i els dies (TNC, 2022)—y de Marc Rosich —con los monólogos A mí no me escribió Tennessee Williams (Fira Tàrrega, 2016) y, más recientemente, Muero porque no muero (Terrats en Cultura, 2023), lectura dramatizada de la obra de Paco Bezerra que fue censurada en Madrid—. Con Jo, travesti, espectáculo sobre el arte y el gusto por el transformismo, llega a una suerte de destilado de la experiencia travesti.

Entre chanzas, injertos ficcionales y números cabareteros, Alonso nos cuenta retazos de su vida. La dureza del estigma impuesto —la mala experiencia en el instituto, la marginación en los estudios de danza, las palizas en la calle— coexiste con la alegría y el “mamarrachismo” como modus operandi. El texto de Miró prevé que el intérprete rehaga su relato a medida que lo narra, remozando la memoria —tan maleable, al fin y al cabo—, y llegue incluso a proyectar su propio entierro, ceremonia para la que se postula como cadáver exquisito y desafiante, ataviado o peripuesto con grandes dosis de fantasía y flanqueado por un coro de sirenas plañideras.

Desde el primer momento —esto es, desde la mismísima voz en off que exhorta a los espectadores a apagar el móvil al inicio de la función—, Alonso se entrega a gozosos juegos sicalípticos, para los que le viene de perlas su partenaire en escena, el clarinetista y compositor Jordi Cornudella. En el juego escénico, más metateatral imposible, este músico-actor tan pronto asume el testimonio de distintos cronistas que escribieron sobre el transformismo en el siglo pasado como es poseído por la voz autoral y acude a referencias —a ratos, excesivas, porque algunas son para iniciados— del mundillo teatral actual. Con un vistoso traje de brocado, el autoproclamado mejor clarinete del país e instrumentista en sentido amplio —léase esto con toda la picaresca posible—, se transforma en Jasmine Verdaguer, su alter ego travesti, tan catalán que fusiona al piano el tema Over the Rainbow, en honor al colectivo LGTBIQ+, con el Virolai. Este (multi)personaje insiste en la necesidad de recuperar el acervo cultural y la “musicalidad pirotécnica” de la lengua; en su faceta más canalla y en pugna dialéctica con Alonso, derrocha lemas graciosamente obscenos. Porque escandalizar es un derecho; y ser escandalizado, un placer —a la que te despistas, Miró ya te ha colado, encubierta, una cita de Pasolini—.

Aunque evoca también los días de represión y dura supervivencia, el espectáculo ofrece momentos hilarantes, por el carácter fantasioso de determinadas pullas y asociaciones mentales. Como se dice en un momento dado, una travesti actúa la alegría y disimula el dolor con lentejuelas, pestañas postizas y una creatividad desbordante. Roberto G. Alonso, que se considera mejor actriz que actor, recoge la herencia de Fregoli, el pionero; Robert Bertin, imitador de estrellas de variedades, y Derkas, un barítono que llegó al transformismo por casualidad, cuando tuvo que sustituir a una primera tiple; también de Mirco, Pirondello, Pierrot, Madame Arthur, etc. Esta es su familia de elección —“Jo vinc d’una família de tradició travesti”—, que asume con algo de trance mediúmnico. Así, se mete en el papel de Egmont de Bries, interpreta con mantón de Manila los cuplés de Lilian de Celis, acomete con histriónica pasión un playback de Rita Pavone, le canta a la Motta, se insinúa como la Monroe y serpentea con su boa de plumas tras el sugerente cortinaje diseñando por Albert Pascual. También incorpora textos de escritores como Camila Sosa Villada, Pedro Lemebel, Sergio Blanco, Víctor Català y “la Sagarra”. Porque “toda travesti es una erudita”. Y estas dos —o tres, si contamos a “la Miró”—, además de eruditas, son espléndidas e impagables.

 

Crítica publicada en Red Escénica el 10 de octubre de 2023

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