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8
Música et circus Romae
Publicat el: 19 d'octubre de 2022
CRÍTiCA: Golfus de Roma
Siempre conviene leer las motivaciones del director en un el programa de mano. Interesante medida entre el querer y el ser cuando el escrito no es un forzado trámite. El texto que deja Daniel Anglès para explicar su estupendo Golfus de Roma es coherente con el espectáculo que luego se disfruta. También es revelador en lo que omite: Ni media línea para explicar por qué esta este jolgorio se apropia de la estética del circo para situar las tres comedias de Plauto que inspiran el libreto de Burt Shevelove y Larry Gelbart. En alguna entrevista sí que había dejado caer que él veía este musical de Stephen Sondheim conducido por una compañía itinerante de payasos que ofrece “una de romanos”. Quizá encontró que en “Comedy Tonight” latía el mismo espíritu que en “Be a Clown” del clásico The Pirate.
Aunque la partitura a partitura no le acompaña siempre en esta idea -los temas de amor son inequívocamente líricos-, podría intuirse que Anglès ha partido más de la película de Richard Lester y menos de la tradición de otros montajes teatrales, a excepción quizá de la libérrima versión que dirigió Mario Gas con Javier Gurruchaga de protagonista. La adaptación para el cine de 1966 posee el toque pop propio e irreverente del director -como una astracanada del neorrealismo-, rinde homenaje al slapstick y guarda para la posteridad la última aparición de Buster Keaton. Con media vuelta de tuerca más en la farsa ya se tiene el circo montado. ¿Qué gana? Este imaginario y su estética -el diseño de Montse Amenós tiene un punto nostálgico- hace más amable una historia de enredos sicalípticos entre patricios, esclavos y meretrices, apta para un público más amplio y familiar, incluso en sus guiños a la realidad queer. No importa mucho si personajes y argumento de la farsa se acomodan más a la comedia del arte y el vodevil. Pero este universo tiene en realidad poco peso en la puesta en escena del Condal.
Nada que interfiera en el espléndido ritmo que orquesta Anglès -auténtico quid de una buena comedia-, potenciado por un milimétrico y frenético carrusel de 27 intérpretes-músicos-bailarines. También se merece el aplauso por transformar una obra que coloca el foco sobre el potente personaje del esclavo Pseudolus -un pletórico Jordi Bosch divirtiendo y divirtiéndose- en una propuesta coral. El escenario no queda en ningún momento huérfano de excelencia. Ahí está, entre otros, la filigrana cómica de pipiolo pijo de Eloi Goméz (Eros), las divertidas sorpresas de Oriol Boixador cada vez que Erronius completa una vuelta a las siete colinas de Roma; la picardía inocente de Ana San Martín (Philia), la autoridad histriónica de Mercè Martínez (una Domina inspirada en la Bette Midler de Hocus Pocus), la caricatura de dibujo animado de Víctor Arbelo (a un paso de convertir su Miles Gloriosus en el capitán Zapp Brannigan de Futurama) y un Frank Capdet que se hace querer como resignado y sobrepasado Hysterium con íntimo corazón de drag.
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