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VALORACIÓ
8
Delirio a cinco
Publicat el: 17 de febrer de 2022
CRÍTiCA: El desig del cor
A finales de los noventa, Caryl Churchill publicó El corazón azul, un díptico compuesto por dos breves piezas en un acto, El deseo del corazón y La tetera azul, independientes en la trama pero emparentadas en el fondo y en la forma y, sobre todo, abocadas al mismo agujero negro: la disolución de la familia a través del lenguaje. El corazón azul era un ejercicio de estilo donde asomaban Beckett y Ionesco, una miniatura mucho menos política de lo que acostumbra la beligerante Churchill, si pensamos en títulos como Top Girls o Serious Money, en los claroscuros de la independencia femenina o en la sátira anticapitalista de largo aliento narrativo. En El corazón azul, Churchill se limitaba a destilar el lenguaje de las vanguardias de posguerra para diversión del público cultivado del siglo XXI, componía un milimetrado juguete escénico con reminiscencias revolucionarias, una comedia de costumbres posmoderna. El corazón azul es una Churchill menor, si se quiere, donde se muestra todo el oficio de Churchill.
El Tantarantana ha recuperado la primera parte del díptico, El desig del cor, donde una familia aparentemente estructurada (padre, madre, hijo y tía) espera el regreso de la hija de Australia. Como en el Beckett de Esperando a Godot, la propia espera es más importante que el anunciado encuentro, aunque aquí sí llega Godot y hay jugosas variaciones sobre el tema. Como en el Beckett de las piezas breves (Nana, Monólogo, No yo, Impromptu de Ohio), la repetición obsesiva de frases banales llena la pieza de síncopas y de estructura, aireando las costuras de una familia perdida en el ensayo general del recibimiento de la hija, modulando las variables de la espera, descubriendo los demonios familiares: la atracción sexual entre padres e hijos, el instinto asesino o la infidelidad conyugal. Como en el mejor Ionesco, el despropósito de las conversaciones íntimas revela una incomunicación absoluta, el costumbrismo alucinado de la comedia del absurdo.
El juego de repeticiones, los cambios de tempo y tono permiten el lucimiento técnico de Albert Pérez como padre, de Vanessa Segura como madre, de Alícia Puertas como tía. Lucia del Greco ofrece una dirección sobria y sin aspavientos, a la altura del virtuosismo exigido por Churchill, relegando incluso los momentos más grotescos (la entrada de la hija convertida en pollo, las contorsiones sexuales) a la cara de póquer del buen humor absurdo, ajeno al trazo grueso y el chiste fácil. Los personajes de del Greco son genuinamente patéticos, el resultado de un proceso imparable de degradación sin concesiones a la galería. Y el medido movimiento de Ester Guntín explota la imaginación no verbal a las acotaciones de Churchill, que por momentos rozan la danza-teatro. Pero el verdadero brillo está en el guion y en sus virtuosas exigencias, en las escenas donde se aceleran los diálogos hasta una hilarante dicción en fast-forward, en el escamoteo del lenguaje hasta acabar en unas agramaticales palabras clave. Y es ahí donde se echa de menos La tetera azul, la segunda parte del díptico, que se adentraba en los mismos derroteros por otros medios, redondeando la propuesta post-vanguardista de Churchill.
El desig del cor son buenas noticias para la cartelera teatral catalana. Con contadas excepciones (I només jo vaig escapar-ne, el año pasado, en el Lliure), no estamos acostumbrados a ver producciones de Churchill, un clásico vivo de la dramaturgia británica y europea contemporánea. Obras como Top Girls, Serious Money o Cloud 9 deberían pasar por nuestras carteleras con más frecuencia (o simplemente pasar) y recordarnos la fuerza del teatro político feminista de los ochenta, la crítica al gran capital en los años de la Guerra Fría o la parodia del colonialismo británico, que bien podría ser hispánico. El desig del cor no es ninguna de esas piezas mayores, pero ayuda a saldar la deuda.
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