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8
El perfecto padre castrador
Publicat el: 2 d'agost de 2016
CRÍTiCA: El bon pare
Ajeno a la máxima que Billy Wilder puso en boca de Joe E. Brown, Roger Denis,
señor alcalde de una ciudad de provincias, se vanagloria de ser el padre
perfecto. Tolerante, progre, dialogante… Abierto a tratar con su hija
Ada sin tabús de cualquier tema, desde la primera regla a los aspirantes a
yerno. Una hija a la que construye (o al menos así lo cree) su futuro
proyectando sus propios deseos e ideales. Estudios de arquitectura, máster en
Berlín… Hasta que un día, claro, el castillo de naipes se cae. El rey de la
casa (y de la ciudad que controla desde su atalaya de diseño) se queda pasmado.
Lo cuenta en el Teatre Borràs ‘El bon pare’, una divertida
comedia que supone el regreso a escena de David Plana –autor y
director de la obra-, y nos devuelve el lado cómico del gran Lluís Soler
y de una hilarante Teresa Vallicrosa que dispara
su estupenda vena humorística a golpe de los lingotazos de su personaje
en la mejor escena de la obra. La frescura y vitalidad de Georgina
Latre (Ada) y un Jaume Madaula (su novio, Paul), particularmente gracioso en su
perfil de bobalicón en el duelo inicial con el arrogante Roger, completan el
reparto de una pieza con todas las condiciones para seducir al gran público. Las
risas están aseguradas.
La dirección de Plana consigue que el ritmo no decaiga y la función fluya
ágil con la sucesiva aparición de los personajes en la adinerada casa del
alcalde (Sebastià Brossa firma la acertada escenografía). Empieza la función con
el ‘buen padre’ descubriendo estupefacto un secreto de Ada que manchará el
intachable currículo de la joven y salpicará la reputación de él. Hay que
solucionar la papeleta, y ahí entra en escena el novio, que, por supuesto, no
encaja en las altas expectativas del político para su hija.
La llegada de Fanny (Villagrasa), la exmujer de Roger y madre de Ada, llevará
la comedia a terrenos más desmadrados y a la vez interesantes cuando, copa a
copa, ironía a ironía, va vomitando las verdades de la familia frente a ese
perfecto padre castrador, de buenos modales, eso sí, que ve cómo su mundo se
desmorona. Hay también una pincelada chejoviana de vacío existencial pero el
retrato se queda en una entretenida y amable comedia, salpicada de réplicas
ocurrentes y divertidas, servida en un buen montaje muy bien acogido en el
Borràs, adonde regresará en septiembre
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