CRÍTIQUES

VALORACIÓ
8
Locura de amor
Publicat el: 30 d'octubre de 2020
CRÍTiCA: Carrer de Txernòbil
El 26 de abril de 1986 explota el reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil (Ucrania). En el accidente mueren inmediatamente 31 personas y en las siguientes semanas fallecerán otras 200 por contaminación severa radioactiva. Pilas radioactivas humanas, fundiéndose por dentro. Entre estas primeras víctimas, las brigadas de bomberos enviadas a sofocar los incendios sin la protección adecuada. Uno de los efectivos es Vasily Ignatenko, esposo de Lyudmilla Ignatenka. Ella es una de las 500 voces que recogió Svetlana Alexéivich para escribir su magna novela testimonial, inspiración para la serie que ha recuperado para la actualidad la catástrofe nuclear y una de las poderosas razones literarias por la que la autora recibiera en 2015 el Nóbel. También es la protagonista del duro monólogo adaptado y dirigido por Joaquim Armengol.
En el escenario una silla esquinada y una ventana. El marco se llena de imágenes de una sociedad satisfecha, próspera. El mundo feliz de la propaganda soviética. Entra una mujer (la actriz Evelyn Arévalo) y ocupa la silla. Va peinada y vestida con el elegante decoro que el régimen vendía al exterior como la estética impoluta del triunfo de la nueva sociedad. Luydmilla-Evelyn es la imagen perfecta de la mujer en la Unión Soviética. Hasta que habla y con su relato de entrega absoluta y hechos terribles hace añicos el interesado espejismo oficial. El sordo grito que sucede al silencio que sepultó a la hecatombe.
El tono es de la media voz, como si se dirigiera a alguien que la inquiere por su historia a poca distancia. Podemos imaginar que ha dejado entrar a Alexéivich en su privacidad y eterno luto. Una entrevista para su futura novela. La voz de alguien que ha callado durante mucho tiempo y tiene la garganta seca de dolor. Armengol ha dirigido a Arévalo desde una explícita contención corporal. La emoción -sobrecogedora- se concentra en la propia narración. Cronología del horror. No hace falta añadir mucho más. Quizá se escapa una lágrima de una mujer que ya no puede llorar. Una interpretación que brilla por la ausencia de efectos y artificios. Severidad formal para una personalidad que casi asusta por la irracional abnegación que desprende. Dicen los que ya se habían encontrado con Ignatenka en el libro que allí trasmite una ternura sin límites, pero en el Escenari Brossa domina un fatalismo suicida que la aboca a cometer por amor todo tipo de errores vitales, para ella y su descendencia.
Un perfil de personaje de tragedia clásica que establece un interesante diálogo con unos hechos que por su apocalíptica transcendencia podría engullir la verdad y a todos los individuos -cifras anónimas- que sucumbieron a su onda expansiva radiactiva. Pero ahí está Luydmilla retando y construyendo su destino con una entrega apasionada y absoluta a un cuerpo que se está disolviendo en radioactividad. Lo que pierde en inmediata empatía emocional lo gana en grandeza trágica. Como si su sufrimiento -en parte autoinflingido- la hubiera convertido en una figura mítica, una Moira del siglo XX. Arévalo está perfecta en esa actitud casi de profetisa de su propia tragedia.
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