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Una fiesta a la que hay que ir
Publicat el: 24 de setembre de 2016
CRÍTiCA: Barcelona (Contra la paret)
Contundente, preciso y directo es el golpe que nos
asesta de nuevo Lali Álvarez con LAPùBLICA. Tras el éxito de Ragazzo, su creadora vuelve a la carga
para sacudir nuestras conciencias desde el escenario. El suyo es un teatro
claramente político que encuentra en la disidencia un terreno duro y seco, pero
a la postre, fructífero. Si Génova fue el escenario de su “ragazzo”, ahora la
ciudad es Barcelona: se nos invita a una fiesta, estamos en Ciutat Vella en uno
de los antiguos teatrillos del barrio de Sta. Caterina i San Pere, un lugar que
ni intenta camuflar su edad ni ponerla en valor, allí conoceremos a gente que
nos hablaran de sus vidas. Un aciago 4 de febrero de 2006, en un espacio
similar al que ahora nos acoge, se celebró una fiesta que terminó mal. Fatal
para unos jóvenes que ni siquiera estuvieron en ella, algunos pasaban por allí,
otra ni siquiera había pisado la calle de Sant Pere Més Baix ese día. Nadie
sabe a ciencia cierta qué cadena de casualidades, fobias, mentiras, desidia,
abuso de poder, negligencias, irregularidades, prevaricaciones, odios y rabia
tejieron la red que atrapó el destino de cinco jóvenes. En la “fiesta” a la que
nos invita LAPùBLICA, conocemos las consecuencias de esa extraña cadena en boca
de sus “protagonistas”. Son Clara Garcés, David Teixidó y Sonia Espinosa interpretando
con profunda claridad a la fallecida Patricia Heras, a Rodrigo Lanza y alguien
cuya identidad precisa no importa tanto en sí misma como el hecho que se
presente natural. A través de ellos, a todos quienes han sido víctimas de un
sistema sociopolítico en el que no cabe (¿o sí?) la disidencia; víctimas, sin
embargo, que se niegan a ejercer ese papel sin más, sin presentarse cuando
menos como resistentes: la disidencia represaliada. Quizás sea por esa duda y
esa firme voluntad de trascender el mero relato que Barcelona (contra la paret) se alce por encima del panfleto “antisistema”
en lo que a discurso ideológico se refiere.
El planteamiento escénico es impecable, aunque sería
posible dilatar el inicio de las intervenciones para envolver realmente al
público en la “fiesta” y hacer que abandone su rol expectante para pasar al de
actuante (figurante con frase en
términos más clásicos). Por lo demás, la “ficción” a la que asistimos es una
magnífica recreación con un alto grado de verosimilitud. Allí encontramos
entrecruzadas las voces de los tres protagonistas, unidas en una dimensión
espacio/temporal ya sólo posible en el teatro. Los poemas que Patricia Heras
había publicado en su blog bajo el triste y premonitorio alias de Poeta Difunta,
el relato de Roberto Lanza y el de la barcelonesa del barrio del Bèsos se
entrecruzan con datos y cifras de violencia policial gratuita, represión y
censura. Increpaciones a la libre expresión de cualquier sentir o pensar se
mezclan con el discurso político que nos presenta a una Barcelona amable,
acogedora, ordenada y limpia. Hay momentos de alto voltaje como el de los tres
protagonistas compartiendo un minúsculo espacio mientras Screamin’ Jay Hawkins
escupe su I put a spell on you. Otros
más fáciles o evidentes. Pero, en cualquier caso, se trata de un espectáculo
necesario para contrarrestar la fuerza arrolladora del pensamiento único.
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