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CRÍTIQUES
Aucune Idee 4 C Julie Masson 1200x709
Juan Carlos Olivares
PER: Juan Carlos Olivares

VALORACIÓ

9

ANAR A FiTXA DE L’OBRA ENLLAÇ EXTERN

Cuando nada es todo y más

Publicat el: 29 de novembre de 2021

CRÍTiCA: Aucune Idée

Si alguien se ve movido a interrogar a Christoph Marthaler sobre qué es Aucune idée tiene la respuesta en el mismo título: “ni idea” avanza el autor y director suizo. ¿Importa? Tanto como en sus otros espectáculos de creación en los que da rienda suelta a los intersticios absurdos de la más gris normalidad. Obras en los que el silencio domina sobre la palabra, la música sobre el discurso, con la nimia variación en la rutina como máximo gesto inconformista. Habitadas por seres anónimos circunspectos, cansados, graves en su insignificancia y pequeños delirios, que transitan como hámsters humanos por espacios anodinos que no son de nadie: salas de espera, estaciones públicas, vestíbulos. Lugares de paso tocados por la nostalgia estética para observar el milagro del extrañamiento en medio de la abulia.

Aquí es un pasillo y distribuidor de un bloque setentero centroeuropeo o de una oficina administrativa. En un rincón se abre el interior de una habitación pintada de claro aburrimiento. El resto de pared agujereado por puertas por las que entra y sale como en un slapstick una figura afilada. Un alma gemela de Monsieur Hulot. Es Graham F. Valentine, el actor escocés que ha inspirado esta pieza de cámara. Un homenaje repleto de guiños privados a una sólida complicidad. Un viejo amigo y compañero de gamberradas escénicas desde que con 18 años se hospedó en la pensión de la familia Marthaler. En el rincón el chelista Martin Zeller saca un casete portátil para atacar el preludio de Tristan und Isolde.

Entre los dos construyen breves diálogos absurdos cuando sus caminos se cruzan o se unen en académico canto coral. El resto del tiempo- uno de los parámetros más preciosos e interesantes de las dramaturgias escénicas de Marthaler- es un parsimonioso juego de estupefacción cuando de la nada, en medio de la nada, irrumpen acciones inesperadas que, sin regalar giros dramáticos, perturban el vacío. Entonces se manifiesta una tubería o la voz de un vecino amargado de urbanidad burguesa, se rebelan los plomos y una cinta de casete, y un buzón abre su boca como un endiablado cuerno de la abundancia para vomitar cartas, biblias y anuncios. También es la oportunidad para que Valentine se luzca en un poema dadaísta sobre un radiador. Un hilarante nonsense de la repetición. Toda esta atmósfera inasible llena de interrogantes -la especialidad de un director reacio a compartir historias- se sirve con una actitud interpretativa precisa, virtuosa, como si estuvieran entregados al más venerado de los clásicos. 

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