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9
Un brutal y sorprendente ejercicio sobre el cuerpo humano
Publicat el: 19 de juliol de 2016
CRÍTiCA: Aneckxander
Todo empezó cuando un desconocido le soltó al artista
circense y bailarín belga Alexander Vantournhout: “Oye, tienes un cuello muy
largo”, y de paso, bromista, le sugirió un apodo: Aneckxander, con el ‘neck’
(cuello en inglés) incrustado en su nombre. El aludido tomó nota y tras
constatar ante el espejo la referida observación fisonómica decidió llevar al
extremo y explorar esa y otras desproporciones de su cuerpo en un brutal
espectáculo –”autobiografía trágica de un cuerpo”, lo define- que ha impactado en
el Grec.
La tensión y la sorpresa se instalan al minuto en la platea
cuando, tras desprenderse del traje bajo una tela a golpe de ilusionista,
empieza a prolongar su cuello hasta el infinito y a retorcer sus miembros y
torso en las formas más inverosímiles y extrañas. Con ‘Aneckxander’ entramos en
terrenos desconocidos de la anatomía humana y en un juego de percepciones que
deja claro que la cuestión no es el cuerpo sino cómo los demás lo perciben.
Desnudo, sin más apoyo que la música intencionadamente reiterativa de un piano
que él mismo interpreta y tres complementos, va desafiando a su cuerpo y a los
espectadores, a los que escruta con su mirada, en un combate extenuante de
golpetazos y contorsiones.
En el dibujo de su retrato pretende disimular otras dos
desproporciones de su físico calzándose unas botas de plataforma para alargar
sus piernas y unos guantes de boxeo, que además de ocultar sus puños pequeños,
le sirven para proteger las muñecas y amortiguar el impacto en sus partes
íntimas tras las terribles embestidas contra el suelo a las que castiga su
cuerpo. El supuesto dolor traspasa la cuarta pared noqueando al perplejo
personal, mientras el artista persevera una y otra vez en acrobacias
frustradas, a la búsqueda obsesiva de una perfección inexistente.
Los guantes y esas botas enormes, que complican la ejecución
de los movimientos, en contraste con el resto del físico desprotegido,
magnifican la vulnerabilidad, la fragilidad de un hombre al que vemos replegar
el estómago al límite o con la calva coloreada por el flujo sanguíneo después
de alguna brusca acción cabeza abajo.
Asoman algunos retazos de humor que alivian la intensidad de
la obra, en especial tras un angustiante efecto que provocó más de un grito en
la sala y acabó en carcajada. Al final, el desafío cambió de bando. Tras los
merecidísimos aplausos, la función continuaba hasta que el público quisiera.
Algunos se resistían a abandonar la sala Pina Bausch del Mercat de les Flors, y
ahí estaba Aneckxander, regalándoles bises, entre ellos una danza a lo derviche
con la dificultad añadida de las botas. Al menos media hora más prolongó un
espectáculo que ha dejado huella.
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VALORACiÓ
8