El messies
Gran Teatre del Liceu, 16 de març de 2024
Sintiéndome algo fuera de lugar, algo afortunada, algo nerviosa, ¿algo dormida? Sentada en las butacas del Liceu, empieza la música.
El Messies, imaginada por el director estadounidense Robert Wilson, solo puede ser descrita como un conjunto de paisajes visuales y auditivos altamente sugestivos. Una recopilación de cantos religiosos de Händel y Mozart, acompañada de la estética característica del director. Encontramos en esta pieza todos sus sellos personales, la frontalidad, el ciclorama de fondo, el uso del blanco, negro y azul, los movimientos y expresiones rígidas e hiperbólicas, el maquillaje blanco, la iluminación que acompaña a los movimientos… Pero, sobre todo, una increíble belleza que despierta la imaginación y te hace embarcar en un viaje sensible.
A diferencia de una obra u ópera tradicional, parece que la trama la tiene que imaginar el público. Es tan sugestiva que cada uno puede interpretar sobre lo que considera que ésta trata, imaginar los escenarios por los que pasa y, además, el ritmo de esta invita a la reflexión y a la imaginación. ¿Un naufragio? ¿Un desastre natural?, ¿El cielo? Las posibilidades son infinitas.
La pieza tiene un ritmo pausado, un suceso de imágenes que, aparentemente, no están conectadas por una trama tradicional y todas estas tienen un aspecto bastante estático. Aunque las imágenes son increíblemente interesantes de contemplar, hacia la segunda mitad del acto dos empieza a hacerse algo larga. Uno de los obstáculos que presenta es que no todas las canciones tienen una imagen asociada, o varias de las imágenes, sobre todo en las que participa el coro, se hacen algo repetitivas, lo que, sumado a este ritmo constante, pero estático y sosegado, da una gran lentitud a la pieza. Soy perfectamente consciente de que esta es, conociendo el estilo del director, su intención, pero tal vez, si fuera algo más breve, o hubiera más cantidad de imágenes, podría conseguir el mismo efecto sin que llegue a hacerse larga. En algunos momentos encontramos más interacción entre personajes, un indicio de narración, una langosta, un dueto, un astronauta, alguna mirada pícara… En estos momentos la pieza gana una gran vida, y he extrañado ver más momentos así.
La escenografía, el vestuario y la iluminación están todos al servicio de la música, que llega a impresionar en los momentos corales y de esta no-narrativa visual, que no te deja con más opción que viajar.
Julieta Laxalt