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CRÍTIQUES #NOVAVEU

Oasis de la impunidad

per Carla Coll Serrano
Oasis
Carla Coll
PER: Carla Coll Serrano
ANAR A FiTXA DE L’OBRA

El silencio post-función

Publicat el: 21 de març de 2023

CRÍTiCA: Oasis de la impunidad

Oasis de la impunidad
Teatre Lliure de Gràcia, 9 de marzo de 2023

Cuesta escribir esto, del mismo modo que cuesta hablar después de la función. Tomo unos pasos autómatas hacia la salida, con la cabeza abrumada y los brazos rígidos, tratando de retener, comprender y también soltar. Al salir de Oasis de la impunidad en el Teatre Lliure de Gràcia (dentro del marco del festival Dansa Metropolitana), se producen, en mayor o menor medida, unos minutos de silencio, de tensión, de peso, que eventualmente se rompen (en mi caso, por escrito, ahora).

Oasis de la impunidad es una creación de la compañía chilena La Re-sentida dirigida por Marco Layera. Ya pasaron por Barcelona en 2019 con Paisajes para no colorear, una pieza con nueve adolescentes chilenas en escena que caló fuerte en la platea catalana. Mientras La Re-sentida presentaba Paisajes… en el Lliure de Montjuïc en 2019, Chile estaba reventando. Se producía lo que fue el estallido social, revueltas que empezaron por una subida del precio del metro de lo que aquí serían menos de cinco céntimos, y que allí fueron la gota que colmó el vaso después de años de rabia acumulada. Es esta sacudida repleta de llamas, lacrimógena, represión y violencia la que inspira a la Re-sentida para empezar el proceso de Oasis de la impunidad.

Se sacudió todo un país casi del mismo modo que se sacuden los ocho cuerpos de los intérpretes de la pieza. Poseídos por la disciplina y la obediencia, reflexionan sobre la violencia estatal, hibridando rigidez y flexibilidad, contención y desenfreno, risa y llanto, danza y teatro. A veces se sale de ver una pieza de danza con ganas de bailar, como si los bailarines fueran los médiums del espíritu danzarín que invade al público y que lo prende, que lo hace levantarse del asiento con ganas de moverse como si no lo hubiesen hecho nunca. Los intérpretes de Oasis… traspasan al espectador su cualidad de personajes (alien)ados, tensos, duros. Cuerpos humanoides presididos por un gran ente fantasmagórico, que llenan la escena de terror y monstruosidad, pero también de virtuosismo y belleza. Volvemos a las dicotomías.

La línea es fina, y la piel, a veces, también. Más de un espectador abandona la sala. La potencia de las imágenes en Oasis… no pasa exactamente por la explicitud, sino por ser desgarradoras y tremendas. Aterriza en escena el abuso, el control y el castigo, la violencia sistémica, quién la sufre, quién la ejerce, y cómo no, la impunidad. Todo eso, salvando las distancias, es, lamentablemente, un relato universal.

Chile tiene su historia. España tiene su historia. Catalunya té la seva història. Cada lugar tiene su historia. Cada lugar se relaciona de una manera con su historia. Y todo eso, en parte, determina -de forma genérica- la identidad de sus gentes. La fortaleza de sus cuerpos, de sus voces y sus discursos. La fragilidad de sus reacciones, su vulnerabilidad y sus umbrales. Hay algo también con en tiempo: con el tiempo transcurrido, el tiempo arrebatado, el tiempo “sanador”. Y se nota cuando hay heridas abiertas, cuando no hay justicia, cuando aparecen los fantasmas, cuando se mira hacia otra parte. Terminan los aplausos y un silencio murmurante invade la sala. Antes de entrar a Oasis de la impunidad, un cartel discreto nos avisa del volumen alto. De lo que no nos avisan es del vacío que se produce después del ruido, y de como su ausencia puede ser tan arrolladora. Caminamos hacia la salida buscando el aire que nos falta. Y eso es lo que nos queda, a lo que hay que aferrarse: caminar, e intentar retener, comprender y soltar. Pero, por encima de todo, si hay algo que hay que aferrarse es a la memoria.

Carla Coll
@carlacollserr

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