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CRÍTIQUES
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Imma Fernández
PER: Imma Fernández

VALORACIÓ

8

ANAR A FiTXA DE L’OBRA ENLLAÇ EXTERN

Plácida felicidad cantando sobre la arena de una Tierra exhausta

Publicat el: 21 d'octubre de 2022

CRÍTiCA: Sun & Sea

La original propuesta de las lituanas Rugilé Barzdziukaité (dirección), Vaiva Grainyté (libreto) y Lina Lapelyté (dirección musical) sorprende desde que se entra en la Sala Fabià Puigserver del Lliure, reconvertida en una playa de arena repleta de veraneantes en bikini o bañador, con todos sus bártulos desperdigados por el recinto, que se observa desde una balconada por la que el público se puede mover libremente. Una sonrisa se dibuja de inmediato en los espectadores, que asisten curiosos a un colage de escenas playeras salpicado de canciones que interpretan los artistas, tumbados sobre toallas o recostados en tumbonas. Cantan muy bien –de la ópera al pop-, con el añadido de la dificultad de las posturas en horizontal, y el primer reto para el espectador, que observa la ficción cual criaturas en un zoo, es localizar a los solistas. Hacen también coros y seis figurantes locales se añaden a la compañía.  

En una esquina, unos contenedores para el reciclaje; una primera pista de que esto va de la crisis climática. Los veraneantes hablan entre ellos, aunque no se les escucha, y dibujan historias que animan a detener la mirada. Somos una sociedad de ‘voyeurs’ y el microcosmos que se nos exhibe es variopinto, en edades, razas y fisonomías (gordos y delgados), con niños, parejas, amigos, familias… y un perro muy manso y silencioso. Juegan, leen, conversan, comen, beben, se entretienen con el móvil, escriben, se levantan y salen de escena para supuestamente darse un chapuzón y comprar bebidas. Rutinas habituales de una playa del norte de Europa –sin masajistas ni vendedores de latas o pareos ni música a toda potencia- . Aquí todo transcurre plácidamente sin ningún elemento que altere la calma –ni siquiera el perro ladra- transmitiendo una intensa sensación de paz y felicidad.  

El leitmotiv de la pieza aparece en las letras de las canciones –lástima que no hay sobretítulos, solo un libreto de mano- que aluden con ironía a una Tierra exhausta. Son las canciones las que conectan el hedonismo de la instalación –el vistoso mosaico de toallas y veraneantes- con el apocalipsis del cambio climático. Hablan del hotel y los submarinistas torpes que destrozan la barrera de coral australiana, de la madre pudiente que alardea de que su pequeño se ha bañado en los mares de medio mundo, del hombre que engulle gambes para paliar el dolor de un tumor aunque predica el crudivorismo, de la erupción del volcán que cambió la vida de un joven, del plátano originario de Suramérica que acaba en la otra punta del mundo, del mar que ahora es verde como el bosque, lleno de algas tumefactas y restos de peces… Se perfilan algunos personajes, como el adicto al trabajo, un orondo señor que se cuece al sol mientras su mujer le va embadurnando de la contaminante crema solar o las dos hermanas gemelas que expresan en un aria el llanto por la desaparición de los arrecifes de coral.  

Las creadoras pretenden hacernos reflexionar sobre las paradojas que estamos viviendo. Y la primera de ellas son las 30 toneladas de preciosa y pulida arena procedente de Tarragona. Arena como la de algunas playas griegas en las que, acertadamente, te multan si te llevas una pizca.  

La instalación-performance-ópera, premiada en la Bienal de Arte de Venecia 2019, tiene como principal hándicap en su concepción de propuesta escénica el idioma -la fuerza de las canciones se pierde en la lectura-. A buen seguro que algunos espectadores, sin buen nivel de inglés y perezosos con el libreto, se quedaron en la primera capa. Una vistosa y amable instalación de escenas playeras. Un mosaico de plácido hedonismo y felicidad.

 

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