A veces el único reducto de libertad es hacer aquello que nos place cuando nadie nos ve. En soledad, encerrado en su armario, Sebastian puede desarrollar aquello que le ha sido negado y silenciado toda su vida. Su verdadero yo emerge nada más tocar las telas sedosas de los vestidos de mujer que cuidadosamente guarda bajo llave.

Marc Rosich ha vuelto a entretejer palabras de amargura con una cierta pátina cómica como ya hiciera años atrás con A mí no me escribió Tennessee Williams. Sebastian sueña con un mundo de libertad, un sueño que la pandemia consigue hacer realidad, aunque a veces jugar con los sueños pueda no tener el resultado esperado.

Con una dramaturgia delicada en ritmo pero con una lingüística desgarradora que se te clava como un puñal recién afilado, Isadora a l’armari te atrapa y te hace añicos en un mismo plano. Magnífica la puesta en escena, la escenografía de Joana Martí, la hipnótica iluminación de Mattia Russo y un buen gusto de espacio sonoro de Ramon Creus Guiu (Milu) convierten el pequeño escenario del Teatre Akadèmia en un mundo lleno de posibilidades.

Sobresaliente, tierno y cautivador Oriol Guinart, en el que seguramente, sea ya uno de los mejores papeles que ha interpretado. Imposible despegar los ojos del escenario en cualquiera de sus dualidades. Jordi Llordella también engatusa al público, sobre todo en su vena más cómica.

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