RECOMANACCIONS. cròniques ‘a la cuina’


26/02/2015

Monteverdi en la Scala: I vizzi fructuosi

per Enid Negrete

La ópera es un vicio. Desde sus inicios fue un vicio. Monteverdi nos recuerda que nació así: completa, compleja, pasional y llena de todos los defectos y virtudes de los humanos. Un género humano e inhumano al mismo tiempo, donde nuestras pasiones las reflejan hombres y mujeres capaces de hacer cosas extraordinarias con su voz, con su cuerpo y con su mente.

Y precisamente de ese tema habla "L’Incoronazione di Poppea" (1642), una de las mejores producciones que se han visto en la Scala de Milán, de estreno en estos días. Se trata de una coproducción con la Ópera de París, diseñada por Robert Wilson en colaboración con de diseñadores de la talla de Tilman Hecker, Anik Lavallé y Jacques Reynaud, quienes demostraron la solidez estética a la que nos tiene acostumbrados este director texano.

Wilson nos regala un montaje impecable, donde te sorprende la belleza etérica de cada escena, donde logra profundas relaciones entre los personajes sin que se miren o sin que se toquen, donde todo (movimientos, objetos, ideas) está estilizado hasta lo sublime. Nos recuerda el fructífero vicio en el que se puede convertir la belleza.

Y es que en esta ópera triunfan los vicios: la infidelidad, la lujuria y la venganza. Los triunfantes amantes que han asesinado y exiliado a sus antagonistas, cantan al final uno de los dúos más hermosos de la historia de la ópera -que, según recientes investigaciones, no es del propio Monteverdi- festejando su amor y sin ser castigados por sus crímenes. Wilson les da a estos vicios un marco de una belleza gélida y geometrizada hasta en los movimientos más pequeños, con una claridad y una calidad de realización admirables. ¿Qué mejor escenario puede haber para la suciedad del alma humana que la limpieza casi minimalista de ese escenario?

"L’incoronazione di Poppea" (1642) de Claudio Monteverdi fue una de las primeras óperas estrenadas públicamente, cuando la ópera tenía muy pocas décadas de existencia en Italia. Es una obra fundamental para la historia del género, porque es la primera que trata de hechos históricos reales (aunque el tratamiento sea ficticio) y no se ubica en tiempos míticos o en lugares legendarios. Sus personajes no son dioses, (aunque aparecen conceptos como Amor, Fortuna o Destino, su tratamiento es por completo distinto) y están llenos de enormes defectos, el egoísmo, la conveniencia y la traición forman parte de la personalidad de todos sin que nadie sea bueno o malo por completo, sino realmente complejos como somos todos los seres humanos.

La Poppea de Miah Persson sorprende por la calidad vocal e interpretativa de la heroína. Es hermosa y perversa, no pierde nunca la belleza ni la claridad de la impostación ni el estilo requerido por la obra. Es la intérprete ideal de este rol, tanto física como musicalmente.

El papel de Nerón que normalmente es interpretado por un contratenor, esta vez estuvo felizmente a cargo del tenor Leonardo Cortellazzi, quien hizo un trabajo estupendo y de una concepción muy moderna del personaje.

Aunque resalte el trabajo de estos intérpretes tengo que dejar testimonio del mejor elenco que he escuchado en esta ópera. Un reparto homogéneo, con enorme calidad musical e interpretativa, que logró además crear profundas relaciones entre los personajes y que tenían un físico perfecto para sus personajes. Esto, aunado a una dirección musical de excepción, con una orquesta de instrumentos antiguos, a cargo de Rinaldo Alessandrini, fueron los ingredientes de una noche memorable, que nos recordó la grandeza del género operístico desde sus inicios y lo fructíferos que pueden ser algunos vicios.