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¿Maduran los payasos?
Publicat el: 4 d'agost de 2018
CRÍTiCA: Rhumans
Después de Rhum y de Rhümia, el equipo de Rhum & cia. cierra su trilogía homenaje al desaparecido Joan Montanyés “Monti”. Lo hace 4 años después de empezarla y con un cambio importante: Esta vez Jordi Aspa asume la dirección en sustitución de Martí Torras y le da a la pieza un halo de madurez. En Rhumans (que viene de humanos), los payasos se han hecho más adultos y han perdido un poco la ternura que desprendían en los anteriores montajes, sustituyéndola por una reflexión interna sobre su mundo.
En esta ocasión, los payasos se hacen preguntas sobre su naturaleza e investigan sobre su papel en la actualidad y en el futuro. Para ello han salido a la calle a preguntarle a la gente qué concepción se tiene de su mundo. Durante la función algunos números más clásicos se entremezclan con proyecciones de video en el que personas anónimas opinan, algunas con frases muy duras. Parece que quien ejerce este tipo de personaje es “un actor fracasado que se ha tenido que quedar payaso”, dice una señora. Se revela una concepción del payaso como algo antiguo, pasado de moda y que, en opinión de algunos entrevistados, debería actualizarse.
Pero lo cierto es que, a la práctica, lo que más atrae del espectáculo son esos números divertidos, ingenuos y nostálgicos que se acercan más a la esencia del clown. Cuando interactúan con los espectadores –recurso que usan mucho menos que en las otras ocasiones-, cuando se visten de formas imposibles, cuando se proponen -¡y lo consiguen! – dar la vuelta al mundo en 80 segundos. La magia, ese mundo entrañable, ingenuo, naíf. La cara blanca y la nariz roja siguen siendo las que iluminan el espectáculo, las que marcan su esencia.
Los 5 payasos – con Piero Steiner sustituyendo a un lesionado Jordi Martínez al que se echa de menos- siguen ofreciendo ese humor tan característico, con los sonidos interpretados en directo por Pep Pascual con todo tipo de objetos e instrumentos. El despliegue de atrezzo continúa en la línea llamativa y de estética artesana. Sin embargo, el montaje resulta en su globalidad menos emotivo y sobrecogedor. En una sociedad en el que a todos se nos exige parecer más adultos, los payasos son el refugio de lo infantil. ¡Ojalá lo sigan siendo!
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