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8
La destrucción de un alma libre
Publicat el: 7 de juliol de 2017
CRÍTiCA: Obsession
Público y crítica han recibido con general frialdad el último estreno
de Ivo van Hove en Londres. Una respuesta de entrada sin relación directa con
la hostilidad manifestada por algunos popes del teatro británico -entre ellos
David Hare- ante la llegada de directores europeos continentales con su “teatro
conceptual”. Un fenómeno tolerado como pasajero exotismo hasta que Van Hove -señalado
por los guardianes de las esencias- comenzó a sumar atención, elogios y premios
con los estrenos de Hedda Gabler y A View from the Bridge, un enorme éxito
en el West End y Broadway. Si estos “caprichos” -pensaron alarmados los
mandarines- funcionan se podría producir un indeseado efecto contagio a este
lado del Canal de la Mancha. Con el matizable “fracaso” de Obsession quizá se han tranquilizado, aunque el fenómeno Van Hove
no tiene visos de remitir en Londres: ya está anunciada su adaptación de All About Eve con Cate Blanchett en el
papel de Margo Channing como espectacular cabeza de cartel.
Obsesión rima con pasión para los londinenses. El espectador y los
críticos esperan calor sexual, un arrebato físico, un ardor de las hormonas, un
instinto gonadal cuando la promesa es una versión escénica de The Postman Always Rings Twice de James
M. Cain. Es el recuerdo de Jack Nicholson y Jessica Lange embadurnados de
harina y deseo sobre una mesa de cocina. Es la esperanza de reencontrarse con
el mito de la femme-fatale. La
aparición de Lana Turner vestida de inmaculado blanco para derribar en un abrir
y cerrar de ojos todas las defensas de John Garfield. La primera imagen que
reciben en el Barbican Centre es desconcertante. Un vacío conceptual. Un
proyecto en gris de una arquitectura de la desolación de Hopper. En el centro,
dominando el espacio, el tótem de la tripa mecánica de un coche. Una
escenografía sin temperatura. Pero los cuerpos Halina Reijn y Jude Law aún no
se han encontrado y todo es posible.
La decepción no tardará en llegar. Por dos motivos, ambos por
inclinación y elección del director. La atracción sexual es un elemento
frecuente en los montajes de Ivo van Hove sin que se traduzca en una cuestión
de piel. En una propuesta anegada de sofoco monzónico como De stille kracht el círculo vicioso de la sociedad colonial nunca
suda sus impulsos más sensuales. El sexo es para el director holandés un objeto
importante de análisis que no pasa por lo primario. Y además tampoco es el
motivo central en Obsession. La tría
de la versión de Luchino Visconti de la novela negra de M. Cain (Ossessione, 1943) le permite abrir el
foco de su dramaturgia y distanciarse de la claustrofóbica relación física entre
los dos protagonistas, una trampa de sexo y muerte cada vez más asfixiante, tal
como la filmaron Tay Garnett y Bob Rafelson.
Visconti introduce importantes variables que Van Hove utiliza
libremente para construir su propio discurso: la ruptura de la telaraña que se
teje alrededor de Gino -una huida a la larga estéril-, nuevos personajes, sobre
todo el encuentro con “El Español” (en el Barbican rebautizado como Johnny) y un
importante giro sobre la mirada del objeto del deseo, que pasa del cuerpo de la
mujer al del hombre. Pero a Van Hove le interesa principalmente el terror
existencial que a Gino le genera verse atrapado y tener que abandonar el anhelo
de vivir sin raíces. Un alma libre ante un horizonte ilimitado que sólo podría
compartir -si quisiera- con otro hombre, el único dispuesto a seguir con él su
eterno camino. Hanna en cambio es la satisfacción del deseo y la condena de la estabilidad,
de cargar con “la vida de un hombre muerto”. Un dilema ante el cual sucumbe de
manera trágica.
Se malinterpreta a Van Hove cuando en la entrevista del programa de
mano proclama que su dirección de escena versa sobre la “fuerza de la
devoradora de la pasión”. La mayoría se verá tentada de leer en estas palabras
la idea de un ritual amatorio cercano a la Mantis Religiosa cuando el director quizá
dirige su mirada hacia las fuerzas destructivas que cercenan la libertad de un
hombre alejado de las convenciones de la sociedad. La elegía de un anti-héroe
cantado por Woody Gultrie. Es posible que haya visto en Gino-Frank el reflejo
romántico de un vagabundo por destino y elección, un drifter, uno de esos hobos
que surcaban Estados Unidos durante la Depresión subidos a los trenes de
mercancías con su propio código ético. Un personaje sacado de On the Road de Kerouac. Neal Cassady
como lejana inspiración, aunque para un espectador habituado al teatro catalán
también se imponga la sombra de un Manelic con menos inocencia, pero con la
misma conexión directa y atávica con la naturaleza. Qué otra cosa pensar ante
la potente imagen que crea Van Hove cuando en el austero escenario levanta de
la nada un horizonte de mar embravecido con Gino enfrentado a las fuerzas de la
naturaleza como una mancha de David Friedrich. Aquí sí que se siente el
éxtasis. El mismo que la sala ha echado de menos cuando el sexo domina la escena.
No es un problema de falta de química entre Halina Reijn (maravillosa
actriz de la tropa del Toneelgroep) y Jude Law (correcto oponente). Es una
simple cuestión de acento, de electrizar más con el obsesivo cálculo de una
mujer que pretende prosperar casado con el hombre que quiere -aunque tenga que
pasar por el asesinato- que por su conexión física.
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