CRÍTIQUES

VALORACIÓ
6
EL PODER DE LA MANADA
Publicat el: 11 de maig de 2016
CRÍTiCA: Mongrel
Notable entrada de
público en el Mercat de les Flors de Barcelona, la noche del pasado viernes,
ante la actuación por primera vez en nuestra ciudad del grupo sueco, la Göteorsoperans Danskompani, que eligió para su
debut la obra Mongrel de la
coreógrafa valenciana Marina Mascarell (Oliva. 1980). Al finalizar el espectáculo, la opinión del público se
dividió. Hubo espectadores que se pusieron en pie para aplaudir, mientras que otros
permanecieron sentados en sus butacas, indiferentes ante lo que acaban de ver,
éstos últimos fueron mayoría.
Mongrel, cuya traducción en sueco es perro callejero, tiene
entre diversas fuentes de inspiración: el libro El
extranjero de Camus, poemas de Goethe, el cine de Bergman, La ley de Jante,
pero muy especialmente la película del
director sueco, Lars von Trier, de
2003, Dogville, cuya protagonista, Nicole Kidman, se anula como individua y se convierte en una
esclava para ser aceptada por la comunidad donde vive. Y algo tan escalofriante
late en la la coreografía de Mascarell, su reflexión se centra en el duro castigo que recibe, en algunas sociedades modernas, el individuo que
destaca y quiere huir del grupo al que pertenece, en Mongrel el colectivo ejerce de verdugo
castrador.
Esta interesante y perturbadora
idea se convierta en la obra de Marcarell en una característica de la sociedad
sueca. Sin embargo este cuestionable y apasionante pensamiento no se traduce escena en un baile con garra. El
vocabulario coreográfico de esta obra no es rico en
registros y las frases coreográficas son reiterativas, es evidente que nacen de
la danza improvisada de sus doce magníficos intérpretes, pero Mascarell no ha
sabido dinamizar su fuerza y canalizar en
movimiento la trascendencia de las ideas que quiere trasmitir. A lo largo de Mongrel hay imágenes de una
gran belleza, ya que los bailarines se mueven,
en la escena desnuda e inmensa del
Mercat, como formando un todo. En
ocasiones son un grupo, en otras una amenazante ameba y casi siempre un tribual
sin piedad, Las intenciones del grupo son dinamizadas por la acertada
escenografía de Kristin Torp, formada por acordeones de cartón de diferentes tamaños
que se convierten en abanicos, murallas
y hogares. Aunque el baile no es rico
coreográficamente sí que destila la
frialdad e hipocresía que emana de la sociedad, que Mascarell ha querido plasmar.
Mención especial
merece la adecuada y sugestiva música creada por el neyorquino Chris Lancanster, que interpreta en directo al
chelo, junto a la ora compositora, la madrileña Yamila Ríos, sus pasajes
sonoros son fascinantes, transportan al público a parajes inóspitos. Ambos
junto a la percusión de Manths
Tärneberg, cuando golpea el hielo, transmitan el carácter gélido de una
sociedad sin piedad.
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TÍTOL CRÍTiCA: El grup davant l’individu
PER: Montse Otzet

VALORACiÓ
7