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8
La Manon más tentadora y sensual
Publicat el: 2 de maig de 2023
CRÍTiCA: Manon
Con motivo del centenario del nacimiento de la soprano barcelonesa Victoria de los Ángeles, a quien el Liceu dedica las representaciones de esta ‘Manon’ de Jules Massenet, se expone en el vestíbulo uno de los vestidos que lució en 1956 en su aplaudida creación del personaje: un bello ejemplo de la lujosa y pomposa moda del siglo XVIII. Nada que ver con el estilismo que en su traslado temporal propone el director escénico francés Olivier Py, que viste a la protagonista con un escueto ‘nighty dress’, con el que la soprano Nadine Sierra se desenvuelve con enorme naturalidad y frescura durante buena parte de la función. A su talento vocal, la artista de Florida suma un gran atractivo físico que Py ha considerado oportuno explotar convirtiéndola en la Cyd Charisse de la ópera. Desborda una sensualidad que encaja como un guante en la reina de la belleza de la que hablaba el autor de la novela, Abate Prévost, símbolo de la ‘femme fatale’. Con su excelente creación dramática y vocal, Sierra fue la reina de la noche y así, con ovaciones. se lo reconoció el público liceísta, más dividido en la concepción escénica de la ópera, que contó con la solvente batuta de Marc Minkowski.
La Francia del libertinaje y la doble moral del siglo XVIII que conoció el autor de la novela, y que el cineasta Albert Serra, apasionado de la época, ha retratado de forma muy explícita en filmes como ‘Liberté’, tiene una plausible traslación al lujurioso planteamiento de Py: un barrio rojo de Amsterdam u otra ciudad, con luces de neón y reclamos de oferta sexual, despelotes, corsés y un prostíbulo con cuatro habitaciones a la vista en las que presenciamos el jolgorio de libidos desbocadas, con un Guillot (Albert Casals) muy ridiculizado. Todo ello pasado por el alegre barniz de un musical de Broadway (‘Cantando bajo la lluvia’ está presente) y pinceladas de burlesque. Una apuesta por las pulsiones sexuales y el erotismo, tan presentes en la Francia de Prévost y la de Massenet, que resulta visualmente atractiva y con mucho ritmo (hay danza, juegos de sombras, vedettes…). En ese territorio de divertimento carnal, la protagonista, de camino al convento, cae en la tentación de los placeres y el dinero que marcarán su destino trágico.
Hay que destacar la gran química entre la pareja protagonista, con un dulce y convincente Michael Fabiano, de bello timbre, como el caballero Des Grieux. Ambos se entregan a la pasión amorosa sin la rigidez habitual entre los intérpretes líricos -lástima que el piso parisino al que huyen para vivir su dicha quede muy relegado en la escenografía, alejado al fondo del escenario-. Consiguen uno de los clímax emotivos en su reencuentro en Sant Sulpice con la bella aria ‘N´ est-ce plus ma main?’. Sierra se luce dominando toda la amplia gama de registros en su camino a la perdición: ingenua, coqueta, caprichosa, vedette…, hasta el triste y emotivo final, muriendo en brazos de su amado bajo un cielo estrellado. Del resto del reparto brilló el veterano Laurent Naouri, con su potente voz y caracterización, en el papel del padre del desdichado Des Grieux. Menos convenció el Lescaut de Alexandre Duhamel, mientras que Inés Ballesteros, Anna Tobella y Anaïs Masllorens defendieron bien a las jocosas prostitutas Pousette, Javotte y Rosette. Sexo, poder e hipocresía de ayer y hoy.
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